—¡Qué suerte!, dijo el padre. ¡Qué preocupados estábamos por ti!. —¡Si, padre, he vivido mil desventuras. ¡Por fin, puedo respirar el aire libre!. —Pues, ¿dónde te metiste?. —¡Ay, padre!, he estado en la madriguera de un ratón, en el vientre de una vaca y dentro de la panza de un lobo. Ahora, me quedaré a vuestro lado. —Y nosotros no te volveríamos a vender, aunque nos diesen todos los tesoros del mundo. Abrazaron y besaron con mucha ternura a su querido Pulgarcito, le sirvieron de comer y de beber, y lo bañaron y le pusieron ropas nuevas, pues las que llevaba mostraban los rastros de las peripecias de su accidentado viaje.
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