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Cobardes son y traidores ciertos críticos que esperan, para impugnar, a que mueran los infelices autores, porque vivos respondieran. Un breve caso a este intento contaba una abuela mía. Dicen que un día en un convento entró una lechuza... Miento, que no debió ser un día. Fué, sin duda, estando el sol ya mui lejos del ocaso... Ella, en fin, se encontró al paso una lámpara (o farol, que es lo mismo para el caso), y volviendo la trasera, exclamó de esta manera: Lámpara, ¡con que deleite te chupara yo el aceite, si tu luz no me ofendiera! Mas ya que ahora no puedo, porque estás bien atizada, si vuelvo y te hallo apagada, sabré, perdiéndote el miedo, darme una buena panzada. Aunque renieguen de mí los críticos de que trato, para darles un mal rato, en otra fábula aquí tengo de hacer su retrato. Estando, pites, un trapero revolviendo un basurero, ladrábale (como suelen cuando a tales hombres huelen) Dos parientes del Cerbero. Y díjoles un lebrel: Dejad a ese perillán, que sabe quitar la piel cuando encuentra muerto a un can, y cuando vivo, huye de él. Moraleja: Atreverse a los autores muertos, y no a los vivos, no sólo es cobardía, sino traición.
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