Atención, muy noble auditorio, que la bandurria he templado, y las gracias deben darme cuando oigan la jácara que les canto.
En la corte del león, el día de su cumpleaños, unos cuantos animales dispusieron un sarao y para darle principio con el debido aparato, creyeron que una academia de música era del caso.
Como en esto de elegir los papeles adecuados no todas veces se tiene el acierto necesario, ni hablaron del ruiseñor, ni del mirlo se acordaron, ni se trató de calandria, de jilguero, ni canario.
Menos hábiles cantores, aunque más determinados, se ofrecieron a tomar la diversión a su cargo.
Antes de llegar la hora del cántico proyectado, cada músico decía: Ustedes verán que rato; y al fin la capilla junta se presenta en el estrado compuesta de los siguientes diestrísimos operarios: los tiples eran dos grillos; rana y cigarra, contraltos; dos tábanos, los tenores; el cerdo y el burro, los bajos, ¡Con qué agradable cadencia, con qué acento tan delicado la música sonaría, no es menester ponderarlo.
Baste decir que los más las orejas se taparon, y por respeto al león disimularon el chasco.