Un mudo a nativitate, y más sordo que una tapia, vino a tratar con un ciego cosas de poca importancia.
El ciego hablaba por señas, que para el mudo eran claras: mas hízole otras el mudo, y él a oscuras se quedaba.
En este apuro trajeron para que los ayudara a un camarada de ambos que era manco, por desgracia.
Este las señas del mudo trasladaba con palabras, y por aquel medio el ciego del negocio se enteraba.
Por último, resultó, de conferencia tan rara, que era preciso escribir sobre el asunto una carta.
Compañeros, dijo el manco, mi auxilio a tanto no alcanza; pero a escribirla vendrá el dómine si le llaman.
¿Qué ha de venir, dijo el ciego, si es cojo, que apenas anda? Vamos: mejor será menester ir a buscarlo a su casa.
Así lo hicieron: y al fin el cojo escribe la carta; díctanla el ciego y el manco, y el mudo parte a llevarla.
Para el consabido asunto con dos personas sobraba; mas como eran ellas tales, cuatro fueron necesarias.
Y a no ser porque ha tan poco que en un lugar de la Alcarria acaeció esta aventura, testigos más de cien almas, bien pudiera sospecharse que estaba adrede inventada por alguno que con ella quiso pintar lo que pasa cuando juntándose muchos en pandilla literaria, tienen que trabajar todos para una gran patarata.
Moraleja:
Las obras que un particular puede desempeñar por sí solo, no merecen se emplee en ellas el trabajo de muchos hombres.