En un reino muy lejano, hace ya mucho tiempo, vivía un sultán muy querido por su pueblo, su nombre era Alí Rají y su fama se debía a su gran justicia y generosidad. Allí nadie pasaba necesidades ya que las cosechas y el ganado eran administrados por el sultán y repartidos entre sus súbditos en partes proporcionales a su trabajo.
Una de las familias era la de Salim Mustafá, Salim era un anciano que tenía 4 hijos varones, Farid, Surem, Caleb y Sabid. Los dos mayores se ocupaban de las cosechas y los dos menores del ganado, trabajaban mucho día tras día por lo que su familia recibía una buena ganancia.
Una mañana, muy temprano, los hermanos se encontraban en el campo realizando sus tareas cuando vieron venir al Sultán con sus guardias. Los muchachos se acercaron para saludarlo con sumo respeto como su padre les había enseñado y observaron que la comitiva del Sultán estaba integrada por diez guardias a caballo, y su hermosa hija a quien llamaban Yurema, la flor más bella del desierto, los jóvenes no podían dejar de mirar a la bella hija del Sultán pero ésta no les dirigió ni una mirada.
Los cuatro hermanos volvieron a sus tareas pero habían quedado enamorados de la belleza de la princesa.
Por la noche, hablaron con su padre y le contaron lo sucedido esa mañana, pero éste se rió de ellos y les hizo entender que los hijos de un campesino jamás podrían casarse con una princesa. Los tres mayores comprendieron lo que su padre les explicaba pero el menor de los hermanos, Sabid, guardó silencio y solo podía pensar en el bello rostro de la princesa Yurema.
A la mañana siguiente cuando los hermanos se preparaban para ir a sus tareas vieron que Sabid, su hermano menor, no estaba. Lo buscaron por toda la casa sin encontrarlo, se había levantado muy temprano y ya se encontraba en la ciudad, estaba decidido a ver a la princesa Yurema. Caminó por la feria de la gran ciudad todo el día y cuando fue la hora de la oración del atardecer vio entrar al templo a la bella princesa. Por más que intentó ingresar, no pudo, varios guardias custodiaban la puerta, decidió esperar a que saliera. En ese momento, un mendigo que se encontraba en las escalinatas del templo se le acercó y le susurró al oído: Sabid, yo sé lo que deseas. Éste muy asustado porque lo llamó por su nombre sin conocerlo, retrocedió golpeándose la cabeza contra una columna, rodando por las escaleras y quedando inconsciente.
Cuando abrió los ojos vio que se hallaba en una choza y que el mendigo preparaba comida en una olla cercana. Se levantó del catre y preguntó:
-¿Dónde estoy? ¿Qué hago aquí?
- Por fin despertaste, toma un poco de sopa, le dijo mientras acercaba un tazón humeante.
Sabid no entendía nada, pero estaba hambriento y aceptó gustoso.
El mendigo se sentó a su lado y comenzó a hablarle en un tono de voz que no era el de alguien que vivía en la calle de la limosna pública.
-Yo conozco tu deseo, tú quieres casarte con la bella princesa Yurema, la hija del Sultán, hizo una pausa y continúo. Yo puedo ayudarte pero te saldrá caro, muy caro.