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Sin embargo, ¿qué son para Dios los días y las horas? Este pensamiento se había despertado en su alma, y el domingo de los cristianos podía dedicarlo ella en parte a sus propias devociones; y como a la cocina llegaban los sones del órgano y los coros, para ella aquel lugar era santo y apropiado para la meditación. Leía entonces el Antiguo Testamento, tesoro y refugio de su pueblo, limitándose a él, pues guardaba profundamente en la memoria las palabras que dijeran su padre y su maestro cuando fue retirada de la escuela, la promesa hecha a la madre moribunda, de que Sara no se haría nunca cristiana, que jamás abandonaría la fe de sus antepasados. El Nuevo Testamento debía ser para ella un libro cerrado, a pesar de que sabía muchas de las cosas que contenía, pues los recuerdos de niñez no se habían borrado de su memoria. Una velada se hallaba Sara sentada en un rincón de la sala, atendiendo a la lectura del jefe de la familia; le estaba permitido, puesto que no leía el Evangelio, sino un viejo libro de Historia; por eso se había quedado. Trataba el libro de un caballero húngaro que, prisionero de un bajá turco, era uncido al arado junto con los bueyes y tratado a latigazos; las burlas y malos tratos lo habían llevado al borde de la muerte. La esposa del cautivo vendió todas sus alhajas e hipotecó el castillo y las tierras, a la vez que sus amigos aportaban cuantiosas sumas, pues el rescate exigido era enorme; fue reunido, sin embargo, y el caballero, redimido del oprobio y la esclavitud. Enfermo y achacoso, regresó el hombre a su patria. Poco después sonó la llamada general a la lucha contra los enemigos de la Cristiandad; el enfermo, al oírla, no se dio punto de reposo hasta verse montado en su corcel; sus mejillas recobraron los colores, parecieron volver sus fuerzas, y partió a la guerra. Y ocurrió que hizo prisionero precisamente a aquel mismo bajá que lo había uncido al arado y lo había hecho objeto de toda suerte de burlas y malos tratos. Fue encerrado en una mazmorra, pero al poco rato acudió a visitarlo el caballero y le preguntó: -¿Qué crees que te espera? -Bien lo sé -respondió el turco-. ¡Tu venganza! -Sí, la venganza del cristiano -repuso el caballero-. La doctrina de Cristo nos manda perdonar a nuestros enemigos y amar a nuestro prójimo, pues Dios es amor. Vuelve en paz a tu tierra y a tu familia, y aprende a ser compasivo y humano con los que sufren. El prisionero prorrumpió en llanto: -¡Cómo podía yo esperar lo que estoy viendo! Estaba seguro, de que me esperaban el martirio y la tortura; por eso me tomé un veneno que me matará en pocas horas.
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