Los tiernos abetos del bosque recibían las primeras visitas navideñas, a pesar de que faltaba aún mucho para Navidad. Aquello era desesperante. -Y yo sin moverme de aquí - decía el cardo-. Se diría que nadie se acuerda de mí, y, sin embargo, ¿quién, sino yo, hizo el noviazgo? Se prometieron, y hoy hace ocho días se celebró la boda. Pero no voy a ser yo quien dé el primer paso; por lo demás, tampoco podría. Transcurrieron varias semanas. El cardo seguía en el lugar con su última y única flor; era grande y llena, y había brotado muy cerca de la raíz. El viento soplaba ya muy fresco, los colores se esfumaron, la belleza se desvaneció. El cáliz de la flor, grande como una alcachofa, parecía un girasol marchito. Se presentó en el jardín la joven pareja, convertidos ya en marido y mujer, y fueron paseando a lo largo de la valla. La esposa se asomó por encima. -Ahí sigue aún el gran cardo -dijo-. Ya no tiene flores. -Mira, le queda el espectro de la última -observó él señalando el plateado resto de la flor. -También así es bonita -exclamó ella-. Hay que cortarla, la colocaremos en el marco de nuestro retrato. Y el joven tuvo que saltar nuevamente la valla y cortar el cáliz de la flor del cardo. Éste le pinchó el dedo, enfadado porque lo había llamado «espectro». Y la flor entró en el jardín, y luego en el salón del palacio, donde había un cuadro representando a la joven pareja. En el ojal del novio aparecía pintada una flor de cardo. Se habló mucho de esta flor, y también de la otra, la flor postrera de color de plata, cuya imagen sería tallada en el marco. El aire difundió la conversación por toda la comarca. -¡Lo que es la vida! -exclamó el cardo-. Mi primogénita fue a parar al ojal, y la última, al marco. ¿Adónde iré yo? Mientras tanto, el borriquillo, desde el borde del camino, seguía mirándolo de reojo. -Acércate, golosina mía. No puedo ir hasta ti, el ronzal no alcanza. Pero el cardo no respondió, sumido como se hallaba en sus pensamientos. Estuvo cavilando así hasta Navidad, y de su concentración mental nació una flor. -Mientras los hijos lo pasaban bien allá dentro, su madre se resigna a permanecer en el exterior, frente al vallado. -Es un noble pensamiento -dijo el rayo de sol-. También tú tendrás un buen sitio. -¿En la maceta o en el marco? -preguntó el cardo. -¡En un cuento! -respondió el rayo de sol.
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