Y venga hervir, sobre el fuego vivo o sobre cenizas ardientes. Sólo ella y Elsa lo sabían. Pasó la luna nueva, y pasó el cuarto menguante; todos los días se presentaba Elsa: -¿Aún no lo ves venir? -¡Sé muchas cosas! -decía Stine - y veo otras muchas. Lo que no puedo ver es si es muy largo el camino. Ya ha traspuesto las primeras montañas, ha cruzado el mar tempestuoso. El camino a través de los grandes bosques es largo. El mozo tiene ampollas en los pies y fiebre en el cuerpo, pero ha de seguir sin remedio. -¡No, no! -dijo Elsa-. ¡Me da lástima! -Ahora ya no puede detenerse. Si lo obligásemos a hacerlo, caería muerto en medio de la carretera. Había transcurrido mucho tiempo. Brillaba la luna llena, el viento silbaba entre las ramas del viejo sauce, y en el cielo, iluminado por la luna se dibujaba un arco iris. -¡Ésta es la señal! -dijo Stine-. Ahora llega Rasmus. Pero no llegó. -¡Larga es la espera! -dijo Stine. -Ya estoy cansada -respondió Elsa, y sus visitas a la bruja empezaron a escasear, aparte que no le llevó más regalos. Se serenó su espíritu, y una mañana toda la parroquia supo que Elsa había dado el sí al rico labrador. Vio la casa y los campos, el ganado y el ajuar. Todo estaba en buenas condiciones; no había ningún motivo que aconsejase retrasar la boda. Los grandes festejos duraron tres días, y se bailó al son de clarinetes y violines. Todos los habitantes de la parroquia fueron invitados, y también asistió la vieja Ulze, quien, terminada ya la fiesta, y después que los anfitriones se hubieron despedido de sus huéspedes y las trompetas hubieron cerrado la solemnidad, se marchó a su casa con los restos del banquete. Había cerrado la puerta solamente con un palo. La encontró abierta a su regreso y en la casa estaba Rasmus. Acababa de llegar. ¡Santo Dios! No era sino piel y huesos, estaba pálido y demacrado. -¡Rasmus! -exclamó su madre-. ¿Es posible que seas tú? ¡Qué enfermo pareces! Pero me alegra el tenerte aquí de nuevo. Y le sirvió una buena comida, con las viandas que traía de la boda: asado y un pedazo de torta. En el curso de los últimos tiempos, dijo el mozo, había pensado con gran frecuencia en su madre, en la casa y en el viejo sauce. Parecía extraño las veces que en sueños había visto el árbol y a Juana, descalza. No mencionó a Elsa.
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