Escondido en el tronco de un árbol estaba un mochuelo, y pasando no lejos un sapo, le vió medio cuerpo.
¡Ah de arriba, señor solitario! Dijo el tal escuerzo: saque usted la cabeza, para ver sí es bonito o feo.
No presumo de mozo gallardo; respondió el de adentro: y por eso a salir a lo claro apenas me atrevo;
Usted, que de día su garbo nos viene luciendo, ¿no estuviera mejor agachado en otro agujero?.
¡Oh qué pocos autores tomamos este buen consejo! Siempre damos a luz, aunque malo cuanto componemos, y tal vez fuera bien sepultarlo; pero ¡ay, compañeros! Más queremos ser públicos sapos que ocultos mochuelos.
Moraleja:
Hay pocos que den sus obras a luz con aquella desconfianza y temor que debe todo escritor que no esté poseído de vanidad.