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    Portada::Ménú General::Cuentos y Fabulas::Hans Christian Andersen

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       El duendencillo y la mujer. (4)
         
      

    -¡Esto va para mí! -dijo-. ¿Qué debe haber escrito sobre mi persona? La voy a fastidiar. Le quitaré los huevos y los polluelos, y haré correr a la ternera hasta que se le quede en los huesos. ¡Se acordará de mí, ama de casa!

    Y aguzó el oído, prestando toda su atención; pero cuanto más oía de las excelencias y el poder del duendecillo, de su dominio sobre la mujer - y ten en cuenta que al decir duendecillo ella entendía la Poesía, mientras aquél se atenía al sentido literal del título -, tanto más se sonreía el minúsculo personaje. Sus ojos centelleaban de gozo, en las comisuras de su boca se dibujaba una sonrisa, se levantaba sobre los talones y las puntas de los pies, tanto que creció una pulgada. Estaba encantado de lo que se decía acerca del duendecillo.

    -Verdaderamente, esta señora tiene ingenio y cultura. ¡Qué mal la había juzgado! Me ha inmortalizado en sus «Confidencias»; irá a parar a la imprenta y correré en boca de la gente. Desde hoy no dejaré que el gato se zampe la nata; me la reservo para mí. Uno bebe menos que dos, y esto es siempre un ahorro, un ahorro que voy a introducir, aparte que respetaré a la señora.

    -Es exactamente como los hombres este duende -observó el viejo gato-. Ha bastado una palabra zalamera de la señora, una sola, para hacerle cambiar de opinión. ¡Qué taimada es nuestra señora!

    Y no es que la señora fuera taimada, sino que el duende era como, son los seres humanos.

    Si no entiendes este cuento, dímelo. Pero guárdate de preguntar al duendecillo y a la señora.

    (Autor: Hans Christian Andersen).



      

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    Hans Christian Andersen

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