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Brillaban las aguas como si en su seno estallaran relámpagos de calor; el fondo relucía como una aurora boreal. El Sund era rico en peces; por eso se fue poblando la costa de Seeland. Las paredes de las casas eran de roble, y los tejados, de corteza; no eran árboles lo que faltaba. Los barcos entraban en el puerto; la linterna de aceite ardía balanceándose en las jarcias, mientras el viento Nordeste soplaba, cantando: «¡huu-ui!». Si en el Holm brillaba una linterna, era de bandidos. Contrabandistas y bandidos prosperaban en la «Isla de los ladrones». -Creo que la maldad va extendiéndose, tal como yo quería -dijo el viento Nordeste-. No tardará en venir el árbol del que pueda sacudir el fruto. -Y aquí tenemos el árbol -continuó el padrino-. ¿Ves la horca en la Isla de los ladrones? De ella cuelgan ladrones y asesinos, tal y como se hacía entonces. El viento soplaba haciendo chocar entre sí los largos esqueletos, y la luna brillaba satisfecha sobre ellos, como brilla hoy sobre una fiesta campestre. También el sol enviaba contento sus rayos, ayudando a que se pudriesen las colgantes osamentas, y desde sus rayos cantaban los hijos de la luz: «¡Lo sabemos, lo sabemos! En tiempos venideros, esto será hermoso. Será una tierra bella y feliz». -¡Necias palabras! -refunfuñaba el viento. -Volvamos otra página -dijo el padrino-. Doblaban las campanas en la ciudad de Roeskilde, residencia del obispo Absalón, hombre que lo mismo leía la Biblia que blandía la espada. Tenía poder y voluntad, y se había propuesto proteger contra el pillaje a los laboriosos pescadores del puerto de aquella ciudad, que entretanto había crecido y convertido en centro comercial. Mandó rociar con agua bendita aquel suelo infame: se restituyó la honra a la Isla de los ladrones. Albañiles y carpinteros pusieron manos a la obra; por iniciativa del obispo, pronto se levantó un edificio. Los rayos del sol besaron sus rojos muros. Así surgió la Casa de Axel. Castillo con torreones, firme en la tormenta; muros que desafían los siglos. ¡Hu-u-uh! Vino el viento Norte con su hálito helado. Sopló, arremetió, mas el castillo no cedió. Y en el lugar se levantó «Copenhague», el puerto de los comerciantes. Morada de sirenas, entre lagos brillantes, Construida en la verde floresta. Acudieron los extranjeros a comprar pescado, levantaron tiendas y casas, en cuyas ventanas las vejigas de cerdo hacían de cristales, pues el vidrio era muy caro; surgieron graneros, con pináculos y poleas. ¿Ves? En estas tiendas están los solterones, los que no pueden casarse, comercian con jengibre y pimienta: son los «pimenteros». El viento Nordeste pasea sus ráfagas por las calles y callejas, arremolina el polvo, arranca algún que otro tejado de paja.
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