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Y Holger soñaba también en la reducida y pobre vivienda del imaginero, oía cuanto en ella se hablaba, y, con un movimiento de la cabeza, sin despertar de su sueño, decía: -Sí, se acuerdan de mí, daneses, reténganme en su memoria. No los abandonaré en la hora de la necesidad. Allá, ante el Kronborg, brillaba la luz del día, y el viento llevaba las notas del cuerno de caza a las tierras vecinas; los barcos, al pasar, enviaban sus salvas: ¡bum! ¡bum!, y desde el castillo contestaban: ¡bum! ¡bum! Pero Holger no se despertaba, por ruidosos que fuesen los cañonazos, pues sólo decían: «¡Buenos días!», «¡Muchas gracias!». De un modo muy distinto tendrían que disparar para despertarlo; pero un día u otro despertará, pues Holger el danés es de recia madera. (Autpr: Hans Christian Andersen) |