Ahora nos llega el turno de resarcirnos de las penalidades que hemos sufrido en Invierno. Dondequiera que iban los dos niños, brotaban verdes yemas en matas y árboles, crecía la hierba y verdeaban lozanos los sembrados. La niña esparcía flores a su alrededor; llevaba lleno el delantal y se habría dicho que brotaban de él, pues nunca se vaciaba, por muchas que echara; en su afán arrojó una verdadera lluvia de flores sobre los manzanos y melocotoneros, los cuales desplegaron una magnificencia incomparable, aún antes de que asomaran sus verdes hojas. Y la niña dio una palmada, y el niño otra, y a esta señal asomaron mil pajarillos, sin que nadie supiera de dónde, trinando y cantando: -¡Ha llegado la Primavera! Era un espectáculo delicioso. Algunas viejecitas salieron a la puerta, para gozar del sol, sacudiéndose y mirando las flores amarillas que brotaban por todo el campo, exactamente como en sus días de juventud. El mundo volvía a ser joven. -¡Qué bien se está hoy aquí fuera! -decían. El bosque era aún de un verde oscuro, yema contra yema; pero había llegado ya la aspérula, fresca y olorosa, y florecían multitud de violetas, brotaban anemones y primaveras; circulaba la savia por los tallos; era una alfombra realmente maravillosa para sentarse en ella, y allí tomó asiento la parejita primaveral, cogida de la mano, cantando, sonriendo y creciendo sin cesar. Cayó del cielo una lluvia tenue, pero ellos no se dieron cuenta: sus gotas y sus lágrimas de gozo se mezclaron y fundieron en una gota única. El novio y la novia se besaron, y en un abrir y cerrar de ojos reverdeció todo el bosque. Al salir el sol, toda la selva brillaba de verdor. Siempre cogidos de la mano, los novios siguieron paseando bajo el techo colgante de follaje, al que los rayos del sol y las sombras daban mil matices de verde. Las delicadas hojas respiraban pureza virginal y despedían una fragancia reconfortante. Límpidos y ligeros, el río y el arroyo saltaban por entre los verdes juncos y las abigarradas piedras. «¡Siempre es así, y siempre lo será!», decía la Naturaleza entera. Y el cuclillo lanzaba su grito, y la alondra su canto; era una espléndida Primavera. Sin embargo, los sauces tenían las flores enguantadas; eran de una prudencia exagerada, lo cual es muy fastidioso. (Autor: Hans Christian Andersen) |