Ni la ocasión ni el estado de ánimo convidaban a las pullas y disputas. Lotte-Lene puso el crespón de luto en el sombrero del Consejero. Volvía a estar en su casa desde hacia tiempo, sin haber encontrado la victoria y la suerte en el camino del Arte. Pero no debía desesperar; Lotte-Lene tenía ante sí un porvenir. La llave lo había dicho, y el Consejero también. Subió a verlo y hablaron de la difunta; lloraron, pues Lotte-Lene era sensible. Luego hablaron de Arte, y Lotte-Lene recobró sus ánimos. -La vida del teatro es encantadora -decía-. ¡Pero hay tanta comadrería y tanta envidia! Prefiero seguir mi propio camino. Primero yo, después el Arte. Lleva razón Knigge, en lo que dice sobre los actores; ella lo veía, y la llave se equivocó; pero la muchacha no se lo dijo al Consejero. Lo amaba. Mientras duró el año del luto, la llave de la calle fue para él un consuelo y un estímulo. Le planteó la pregunta, y ella respondió. Y terminado el año, una noche que estaba con la muchacha y el aire era propicio a las expansiones sentimentales, preguntó a la llave: -¿Me casaré? ¿Y con quién? No había nadie para empujarlo, pero él empujó a la llave, la cual dijo: -¡Lotte-Lene! Dicho y hecho: Lotte-Lene se convirtió en Consejera. «Victoria y suerte». ¡Lo que había profetizado la llave! (Autor: Hans Christian Andersen) |