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¿Qué quiere? Mejor es que preguntéis qué no quiere. No quiere presentarse como un fantasma de tiempos pasados. No quiere recomponer obras dramáticas con éxitos teatrales ya olvidados, ni disimular con deslumbrantes ropajes líricos los fallos de la arquitectura teatral. Su vuelo será desde el carro de Tespis hacia el anfiteatro de mármol. No hará pedazos el sano discurso de los hombres, volviendo a pegarlos para formar un juego artificioso de címbalos chinos, con las resonancias halagadoras de los torneos trovadorescos. No quiere entronizar el verso como gentilhombre y constituir la prosa en personaje burgués. Juntos están y a igual altura en sonoridad, plenitud y vigor. No quiere esculpir los antiguos dioses en los bloques de las sagas de Islandia. Están muertos; la nueva época no siente por ellos simpatía ni afinidad. No quiere invitar a sus contemporáneos a alojar sus pensamientos en las tabernas de la novela francesa. No quiere aturdir con el cloroformo de las historias cotidianas. Un elixir de vida es lo que quiere traer. Su canto en versos y en prosa será breve, claro y rico. Cada latido del corazón de los pueblos es sólo una letra en el gran alfabeto del proceso evolutivo, pero acoge cada letra con el mismo amor, las reúne formando palabras y junta éstas en rimas, con las cuales compone un himno a lo presente. ¿Y cuándo llegará esta época a su plenitud? Para nosotros, para los que estamos rezagados, tardará mucho, pero muy poco para los que nos avancen en su vuelo. Pronto caerá la muralla china. Los ferrocarriles de Europa llegarán al cerrado archivo de las culturas asiáticas, las dos corrientes culturales se encontrarán. Retumbará tal vez la cascada con su rumor profundo, los viejos del presente temblaremos a sus fuertes acordes, sintiendo en ellos un Ragnarok, el derrumbamiento de los antiguos dioses; olvidaremos que acá abajo los tiempos y los pueblos deben desaparecer, y sólo una pequeña imagen de cada uno, encerrada en la cápsula de la palabra, flotará como flor de loto en el río de la eternidad y nos dirá que todos son y fueron carne de nuestra carne, aunque en ropajes distintos. La imagen de los judíos irradia de la Biblia, la de los griegos lo hace de la Ilíada y la Odisea.
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