Oía claramente cuanto sobre ella decían en la Tierra, y por cierto que todo eran palabras duras y de censura. Su madre lloraba lágrimas salidas de su afligido corazón, pero exclamaba al mismo tiempo: -¡La soberbia trae la caída! Esta fue tu desgracia, Inger. ¡Cómo afligiste a tu madre! Todos los de allá arriba conocían su pecado, sabían que había pisoteado el pan y que se había hundido y desaparecido. El pastor, que lo había visto todo desde una altura, lo había contado. -¡Cuántas penas me has causado, Inger! - e lamentaba la buena mujer-. ¡Bien me lo temía! «¡Ay! ¡Mejor me hubiera sido no nacer! -pensó Inger-. ¿De que pueden servirme ya las lágrimas de mi madre?». Oyó cómo sus señores, aquellas gentes bondadosas que la habían tratado como a su propia hija, decían: -¡Era una chica perversa! En vez de respetar los dotes de Dios Nuestro Señor, los pisoteó. Difícilmente se le abrirán las puertas de la gracia. «Debieron de haberme educado mejor -pensó Inger-. ¡Por qué no me corrigieron mis caprichos y defectos, si es que los tenía!». Oyó cantar una canción que hablan compuesto sobre ella, y que se titulaba: «La muchacha orgullosa que pisoteó el pan para no mancharse los zapatos», y que se difundió por toda la comarca. «¡Tener que oír todo esto y padecer tanto, además! –pensaba-. ¿Por qué no se castiga a los demás por sus pecados? ¡Cuánto habría que castigar! ¡Oh, qué sufrimiento!». Y su alma se endurecía más aún que su exterior. -¿Y en esta compañía quieren que me mejore? ¡No quiero corregirme! ¡Uf, con qué ojos desencajados me miran! Y en su corazón había sólo enojo y rencor hacia todos los hombres. -Así tienen allá arriba algo de qué hablar. ¡Ay, cómo me atormentan! Y después oyó cómo contaban su historia a los niños, y los pequeños la llamaban la impía Inger. -Era tan mala -decían- y tan fea, que es de suponer que ha hallado el castigo, merecido. De la boca de los niños no salían sino palabras duras contra ella. Sin embargo, un día que la roían como de costumbre la ira y el hambre, oyó que pronunciaban su nombre y contaban su historia a una criaturita inocente, una niña, la cual prorrumpió en llanto al escuchar la narración sobre aquella Inger soberbia y coqueta. -¿Y nunca más volverá a la Tierra? -preguntó la chiquilla. Y le respondieron: -Nunca más.
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