-¿Cómo será este hombre, cuando tiene una sombra tan sabia? -pensó ella-. Será una auténtica bendición para mi pueblo y mi reino, si lo elijo como esposo. Y ambos estuvieron de acuerdo, la Princesa y la sombra, pero nadie debía saberlo antes de que ella regresase a su reino. -¡Nadie, ni siquiera mi sombra! -dijo la sombra, y tenía sus particulares razones para ello. Tras esto, fueron al país donde reinaba la Princesa, una vez que había ella regresado. -Escucha, amigo mío -dijo la sombra al sabio-. He llegado a ser cuan afortunado y poderoso puede ser un hombre. Ahora haré algo extraordinario por ti. Vivirás siempre conmigo en Palacio, irás conmigo en mi carroza real y tendrás cien mil escudos al año. Pero permitirás que todos te llamen sombra; no deberás decir nunca que fuiste hombre, y una vez al año, cuando me siente al sol en el balcón para mostrarme al pueblo, tendrás que tenderte a mis pies, como debe hacerlo una sombra. Has de saber que me caso con la Princesa. Esta noche será la boda. -¡No, eso es monstruoso! -dijo el sabio-. ¡No quiero, no lo haré! ¡Sería defraudar al país y a la Princesa! ¡Lo diré todo! Que yo soy el hombre y tú la sombra. ¡Que apenas eres un disfraz! -No lo creerá nadie -dijo la sombra-. ¡Sé razonable o llamo a la guardia! -¡Iré a ver a la Princesa! -dijo el sabio. -Pero yo iré primero -dijo la sombra-, y tú irás al calabozo. Y así fue, porque los centinelas lo obedecieron al saber que iba a casarse con la Princesa. -¡Estás temblando! -dijo la Princesa, cuando la sombra fue a visitarla-. ¿Ha ocurrido algo? No irás a ponerte enfermo esta noche, en que vamos a casarnos. -Me ha sucedido la cosa más terrible que pueda ocurrir -dijo la sombra-. ¡Imagínate -claro, una pobre cabeza de sombra como ésa es incapaz de resistir mucho-; imagínate, mi sombra se ha vuelto loca, cree que ella es el hombre y que yo -imagínate, si puedes-, que yo soy su sombra! -¡Qué horror! -dijo la Princesa-. ¿Lo habrán encerrado, supongo? -Sí. Me temo que nunca recupere la razón. -¡Pobre sombra! -dijo la Princesa-. Qué desdicha para él. Sería una verdadera obra de caridad liberarlo de la mezquina vida que lleva y cuando pienso en ello, creo que se hace preciso el quitársela con toda discreción. -Resulta cruel -dijo la sombra- porque era un buen sirviente -y pareció dar un suspiro. -¡Qué nobles sentimientos! -dijo la Princesa.
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