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    Portada::Ménú General::Cuentos y Fabulas::Hans Christian Andersen

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       Las velas. (2)
         
      

    -¡Bendiga Dios a la buena señora por lo que nos ha dado! -dijo la madre-. ¡Qué vela más estupenda! Durará hasta muy avanzada la noche.

    Y la encendieron.

    -¡Qué asco! -dijo-. Me han encendido con una cerilla apestosa. No le ocurrirá esto a la vela de cera de la casa de enfrente.

    También en ella encendieron las luces, y su brillo irradió a la calle. Se oía el ruido de los coches que conducían a los invitados, y sonaba la música.

    «Ahora empiezan allí -pensó la vela de sebo, y le vino a la memoria la radiante carita de la rica muchacha, más radiante que todas las velas de cera juntas-.

    Aquel espectáculo no lo veré nunca más». En esto llegó a la humilde vivienda el menor de los hijos, una chiquilla. Pasando los brazos alrededor del cuello de su hermano y hermana, les comunicó algo muy importante, algo que tenía que decirse al oído:

    -Esta noche, ¡fijaos!, esta noche vamos a comer patatas fritas.

    Y su rostro brilló de felicidad. La vela, que le daba de frente, vio reflejarse una alegría, una dicha tan grande como la que viera en la casa rica, donde la niña había dicho:

    -Esta noche tenemos baile, y llevaré los grandes lazos colorados.

    «¿Tan importante es eso de comer patatas fritas? -pensó la vela de sebo-. La alegría de estos niños es tan grande como la de aquella chiquilla». Y estornudó; quiero decir que chisporroteó; más no puede hacer una vela de sebo.

    Pusieron la mesa y se comieron las patatas. ¡Qué ricas estaban! Fue un verdadero banquete; y además les tocó una manzana a cada uno. El niño más pequeño recitó aquel verso:

    Dios bondadoso sea alabado,
    que otra vez hoy nos ha saciado.
    Amén.

    -¿Lo he recitado bien, madre? -dijo el pequeño.

    -No tienes que pensar en ti mismo -le reprendió la madre sino sólo en Dios Nuestro Señor, que te ha dado una cena tan buena.

    Los niños se acostaron, su madre les dio un beso, y enseguida se quedaron dormidos, mientras la mujer estuvo cosiendo hasta altas horas de la noche, para ganar el sustento de sus hijos y el propio. Fuera, desde la casa rica, llegaba la luz y la música. Las estrellas centelleaban sobre todas las moradas, las de los ricos y las de los pobres, con igual belleza e intensidad.

    «A fin de cuentas ha sido una hermosa velada -pensó la vela de sebo-.

      

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    Hans Christian Andersen

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