-¡Habráse visto criatura más tonta! -replicó la bruja-. Bastante grande es la abertura; yo misma podría pasar por ella. Y para demostrárselo, se adelantó y metió la cabeza en el horno. Entonces Gretel, de un empujón, la metió dentro y, cerrando la puerta de hierro, echó el cerrojo. ¡Qué chillidos tan espeluznantes daba la bruja!. ¡Qué berridos más espantosos!. Pero Gretel echó a correr, y la malvada bruja acabó muriendo achicharrada miserablemente. Corrió Gretel al establo donde estaba encerrado Hansel y le abrió la puerta, exclamando: -¡Hansel, estamos salvados; la vieja bruja ha muerto!. Entonces saltó el niño fuera, como un pájaro al que se le abre la jaula. ¡Qué alegría sintieron los dos! ¡Cómo se abrazaron!. ¡Cómo se besaron y saltaron!. Y como ya nada tenían que temer, recorrieron la casa de la bruja, y en todos los rincones encontraron cajas llenas de perlas y piedras preciosas. -¡Más valen éstas que los guijarros! -exclamó Hansel, llenándose de ellas los bolsillos. Y dijo Gretel: -También yo quiero llevar algo a casa. Y, a su vez, se llenó el delantal de piedras preciosas. -Vámonos ahora -dijo el niño-; debemos salir de este bosque embrujado. Después de algunas horas de camino llegaron a un ancho río. -No podemos pasar -dijo Hansel-, no veo ni vado ni puente. -Tampoco hay ninguna barca -añadió Gretel-; pero mira, allí nada un pato blanco; si se lo pido nos ayudará a pasar el río. Gretel llamó al patito pidiéndole que los ayudara. El patito se acercó y Hansel se montó en él, y pidió a su hermanita que se sentara a su lado. -No -replicó Gretel-, sería muy pesado para el patito; es mejor que nos lleve uno tras otro. Así lo hizo el buen patito, y cuando ya estuvieron en la otra orilla y hubieron caminado un rato, el bosque les fue siendo cada vez más familiar, hasta que, al fin, descubrieron a lo lejos la casa de su padre. Echaron entonces a correr, entraron como una tromba y se echaron en los brazoso de su padre. El pobre hombre no había tenido una sola hora de felicidad desde el día en que abandonara a sus hijos en el bosque; la madrastra había muerto. Sacudió Gretel su delantal y todas las perlas y piedras preciosas saltaron y rodaron por el suelo, mientras Hansel vaciaba también a puñados sus bolsillos. Se acabaron desde entonces todas las penas y, en adelante, vivieron los tres muy felices y contentos.
|