-"¡Ay, que muchacha más infeliz soy, si sólo hubiera aceptado al rey Pico de Tordo!". Más adelante llegaron a una pradera, y ella preguntó de nuevo: -"¿De quién serán estas hermosas y verdes praderas?". -"Pertenecen al rey Pico de Tordo. Si lo hubieras aceptado, todo eso sería tuyo", respondió otra vez el músico mendigo. -"¡Ay, que muchacha más infeliz soy, si sólo hubiera aceptado al rey Pico de Tordo!". Y luego llegaron a un gran pueblo, y ella volvió a preguntar: -"¿A quién pertenecerá este lindo y gran pueblo?". -"Pertenece al rey Pico de Tordo. Si lo hubieras aceptado, todo eso sería tuyo", respondió el músico mendigo. -"¡Ay, que muchacha más infeliz soy, si sólo hubiera aceptado al rey Pico de Tordo!". -"Eso no me agrada."- dijo el músico, oírte siempre deseando otro marido. ¿No soy suficiente para tí?". Al fin llegaron a una pequeña choza, y ella exclamó: -"¡Ay Dios!, que casita tan pequeña. ¿De quién será este miserable tugurio?". El músico contestó: -"Esta es mi casa y la tuya, donde viviremos juntos". Ella tuvo que agacharse para poder pasar por la pequeña puerta. -"¿Dónde están los sirvientes?", dijo la hija del rey. -"¿Cuáles sirvientes?", contestó el mendigo. -"Tú debes hacer por tí misma lo que quieras que se haga. Para empezar enciende el fuego ahora mismo y pon agua a hervir para hacer la cena. Estoy muy cansado". Pero la hija del rey no sabía nada de cómo encender fuegos o cocinar, y el mendigo tuvo que darle una mano para que medio pudiera hacer las cosas. Cuando terminaron su raquítica comida fueron a su cama, y él la obligó a que en la mañana debería levantarse temprano para poner en orden la pequeña casa. Por unos días ellos vivieron de esa manera lo mejor que podían, y gastaron todas sus provisiones. Entonces el hombre dijo: -"Esposa, no podemos seguir comiendo y viviendo aquí, sin ganar nada. Tienes que confeccionar canastas". Él salió, cortó algunas tiras de mimbre y las llevó adentro. Entonces ella comenzó a tejer, pero las fuertes tiras herían sus delicadas manos. -"Ya veo que esto no funciona", dijo el hombre. -"Más bien ponte a hilar, talvez lo hagas mejor". Ella se sento y trató de hilar, pero el duro hilo pronto cortó sus suaves dedos que hasta sangraron. -"Ves"- dijo el hombre, -"no calzas con ningún trabajo. Veo que hice un mal negocio contigo. Ahora yo trataré de hacer comercio con ollas y utensilios de barro. Tú te sentarás en la plaza del mercado y venderás los artículos".
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