- Por favor, enano, por favor, ahora poseo riqueza, te daré todo lo que quieras. - ¿Cómo puedes comparar el valor de una vida con algo material?. Quiero a tu hijo, exigió el desaliñado enano. Pero tanto rogó y suplicó la mujer, que conmovió al enano: - Tienes tres días para averiguar cuál es mi nombre, si lo aciertas, dejaré que te quedes con el niño. Por más que pensó y se devanó los sesos la molinerita para buscar el nombre del enano, nunca acertaba la respuesta correcta. Al tercer día, envió a sus exploradores a buscar nombres diferentes por todos los confines del mundo. De vuelta, uno de ellos contó la anécdota de un duende al que había visto saltar a la puerta de una pequeña cabaña cantando: - “Yo sólo tejo, a nadie amo y Rumpelstilzchen me llamo”. Cuando volvió el enano la tercera noche, y preguntó su propio nombre a la reina, ésta le contestó: - ¡Te llamas Rumpelstilzchen!. ¡No puede ser!, gritó él. ¡No lo puedes saber!. ¡Te lo ha dicho el diablo!. Y tanto y tan grande fue su enfado, que dio una patada en el suelo que le dejó la pierna enterrada hasta la mitad, y cuando intentó sacarla, el enano se partió por la mitad.
|