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La hechicera enfureció y se asomó a la ventana; y como por sus artes podía ver hasta muy lejos, descubrió a su hijastra que escapaba junto con su amadísimo novio. - ¡De nada les servirá!, exclamó. ¡No van a escapar, por muy lejos que estén!. Y, calzándose sus botas mágicas, que con cada paso andaban el camino de una hora, salió a perseguirlos y los alcanzo en poco tiempo. Pero la muchacha, al ver que se acercaba su madrastra, se valió de la varita mágica y transformó a su amadísimo Rolando en un lago, y ella se convirtió a si misma en un pato, que nadaba en el agua. La bruja se detuvo en la orilla y se puso a echar migas de pan y hacer todo lo posible por atraer al animal; pero éste se cuidó muy bien de no acercarse, por lo que la vieja, al anochecer, tuvo que volver sin haber conseguido su objetivo. Entonces, la joven y su amadísimo Rolando recuperaron su figura humana y continuaron caminando durante toda la noche, hasta la madrugada. Fue entonces que la doncella se convirtió en una hermosa flor, en medio de un matorral espinoso, y convirtió a su amadísimo Rolando en violinista. Al poco tiempo llegó la bruja a grandes zancadas y dijo al músico: - Mi buen músico, ¿me permite que arranque aquella hermosa flor?. - Ya lo creo, contestó él; yo tocaré mientras tanto. Se metió la vieja en el matorral para arrancar la flor, pues sabía perfectamente quién era; y el violinista se puso a tocar, y la mujer, quiérase o no, empezó a bailar, ya que era aquella una tonada mágica. Y cuanto más vivamente tocaba él, más bruscos saltos tenía que dar ella, por lo que las espinas le rasgaron todos los vestidos y le despedazaron la piel, dejándola ensangrentada y maltrecha. Y como el músico no cesaba de tocar, la bruja tuvo que seguir bailando hasta caer muerta. Al verse libres, dijo Rolando: - Voy ahora a casa de mi padre a preparar nuestra boda. - Yo me quedaré aquí entretanto, respondió la muchacha, esperando tu regreso; y para que nadie me reconozca, me convertiré en una roca encarnada. Marchó Rolando, y la doncella, transformada en roca, se quedó en el campo, esperando el regreso de su amado. Pero al llegar Rolando a su casa, cayó en las redes de otra mujer, que consiguió hacerle olvidar a su prometida. La infeliz muchacha permaneció mucho tiempo aguardándolo, y al ver que no volvía, llena de tristeza, se transformó en flor, pensando: “¡Alguien pasará y me pisoteará!”. Sucedió, que un pastor que apacentaba su rebaño en el campo, viendo aquella flor tan bonita, la cortó y guardó en su cofre. Desde aquel día, todas las cosas marcharon a las mil maravillas en casa del pastor. Cuando se levantaba por la mañana se encontraba con todo el trabajo hecho: las habitaciones, barridas; limpios de polvo las mesas y los bancos; el fuego encendido en el fogón, y las vasijas llenas de agua. A mediodía, al llegar a casa, la mesa estaba puesta, y servida una sabrosa comida. El hombre no podía comprender aquello, ya que jamás veía a nadie en su casa, la cual era, además, tan pequeña, que nadie podía ocultarse dentro.
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