Ella había corrido a la cuadra, en la que, después de quitarse rápidamente el vestido, se ennegreció cara y manos y se puso el tosco abrigo, convirtiéndose de nuevo en la “Bestia Peluda”. Cuando volvió a la cocina, a su trabajo, se puso a recoger la ceniza, le dijo el cocinero: - Deja esto para mañana y prepara la sopa del Rey; también quiero yo subir un momento a echar una mirada. Pero procura que no te caiga ni un pelo; de lo contrario, no te daremos nada de comer en adelante. El hombre se marchó, y “Bestia Peluda” condimentó la sopa del rey, haciendo un caldo lo mejor que supo, y, cuando ya la tenía lista, bajó a la cuadra, a buscar el anillo de oro, y lo echó en la sopera. Terminada la fiesta, mandó el Rey a que le sirvieran la cena, y encontró la sopa tan deliciosa como jamás la hubiera comido. Y en el fondo del plato encontró el anillo de oro, no acertando a comprender cómo había podido ir a parar allí. Mandó entonces que se presentase el cocinero, el cual tuvo un gran susto al recibir el recado, y dijo a “Bestia Peluda”: - Seguro que se te ha caído un cabello en la sopa. Si es así, te costará una paliza. Al llegar ante el Rey, éste le preguntó quién había preparado la sopa, a lo que respondió el hombre: - Yo la preparé. Pero el Rey le replicó: - No es verdad, pues estaba guisada de modo distinto y era mucho mejor que de costumbre. Entonces dijo el cocinero: - He de confesar que no la guisé yo, sino aquel animalito tosco. - Márchate y dile que suba, ordenó el Rey. Al presentarse “Bestia Peluda” le preguntó el Rey: - ¿Quién eres?. - Soy una pobre muchacha sin padre ni madre. - ¿Qué haces en mi palacio?, siguió preguntando el Soberano. - No sirvo sino para que me tiren las botas a la cabeza, respondió ella. - ¿De dónde sacaste el anillo que había en la sopa?. - No sé nada del anillo. El Rey tuvo que despedirla, sin sacar nada en claro. Al cabo de algún tiempo se celebró otra fiesta, y, como la vez anterior, “Bestia Peluda” pidió al cocinero que le permitiese subir a verla. Quien le dijo: - Sí, pero vuelve dentro de media hora para preparar aquella sopa que tanto gusta al Rey. Corrió la muchacha a la cuadra, se lavó rápidamente, sacó de la nuez el vestido plateado como la luna, y se puso. Se dirigió a la sala de fiestas, con la figura de una verdadera princesa, y el Rey salió nuevamente a su encuentro, muy contento de verla, y como en aquel preciso instante comenzaba el baile, bailaron juntos. Terminado el baile, volvió ella a desaparecer con tanta rapidez que el Rey no logró percatarse ni qué dirección había seguido.
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