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Hermano Alegre, dando un codazo a San Pedro, le susurró: - ¡Acepta algo, hombre, bien lo necesitamos!. Por fin, la campesina trajo un cordero y dijo a San Pedro que debía aceptarlo; pero él no lo quería. Hermano Alegre, dándole otro codazo, insistió a su vez: - ¡Tómalo, zoquete, bien sabes que lo necesitamos!. Al cabo, respondió San Pedro: - Bueno, me quedaré con el cordero; pero no quiero llevarlo; si tú quieres, carga con él. - ¡Si sólo es eso!, exclamó el otro. ¡Claro que lo llevaré!. Y se lo cargó al hombro. Siguieron caminando hasta llegar a un bosque; el cordero le pesaba a Hermano Alegre, y además tenía hambre, por lo que dijo a San Pedro: - Mira, éste es un buen lugar; podríamos degollar el cordero, asarlo y comérnoslo. - No tengo inconveniente, respondió su compañero; pero como yo no entiendo nada de cocina, lo habrás de hacer tú, ahí tienes un caldero; yo, mientras tanto, daré unas vueltas por aquí Pero no empieces a comer hasta que venga yo. Volveré a tiempo. - Márchate tranquilo, dijo hermano alegre. Yo entiendo de cocina y sabré arreglarme. Marchóse San Pedro, y Hermano Alegre sacrificó el cordero, encendió fuego, echó la carne en el caldero y la puso a cocer. El guiso estaba ya a punto, y San Pedro no volvía; entonces Hermano Alegre lo sacó del caldero, lo cortó en pedazos y encontró el corazón: - Esto debe ser lo mejor, se dijo; probó un pedacito y, a continuación, se lo comió entero. Llegó, al fin, San Pedro y le dijo: - Puedes comerte todo el cordero; déjame sólo el corazón. Hermano Alegre cogió cuchillo y tenedor y se puso a hurgar entre la carne, como si buscara el corazón y no lo hallara, hasta que, al fin, dijo: - Pues no está. - ¡Cómo!, dijo el apóstol. ¿Pues dónde quieres que esté?. - No sé, respondió Hermano Alegre. Pero, ¡seremos tontos los dos!. ¡Estamos buscando el corazón del cordero, y a ninguno se le ha ocurrido que los corderos no tienen corazón!. - ¡Con qué me sales ahora!, dijo San Pedro. Todos los animales tienen corazón, ¿por qué no habría de tenerlo el cordero?. - No, hermano, puedes creerlo; los corderos no tienen corazón. Piénsalo un poco y comprenderás que no lo pueden tener. - En fin, dejémoslo, dijo San Pedro. Puesto que no hay corazón, yo no quiero nada. Puedes comértelo todo. - Lo que me sobre lo guardaré en la mochila, dijo Hermano Alegre, y, después de comerse la mitad, metió el resto en su mochila. Siguieron andando, y San Pedro hizo que un gran río se atravesara en su camino, de modo que no tenían más remedio que cruzarlo. Dijo San Pedro: - Pasa tú delante. - No, respondió Hermano Alegre, tú primero, pensando: «Si el río es demasiado profundo, yo me quedo atrás».
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