El oso se las introdujo en la boca; pero por mucho que mascó, no pudo romperlas. «¡Caramba! - pensaba -, ¡qué inútil soy, que ni siquiera puedo romper las nueces!» y, dirigiéndose al sastrecillo, le dijo: - Rómpeme las nueces. - ¡Ya ves si eres infeliz!, respondióle el sastre, con una boca tan enorme y ni siquiera eres capaz de partir una nuez. Cogió las piedras y, escamoteándoles con agilidad, metióse una nuez en la boca y ¡crac!, de un mordisco la tuvo en dos mitades. - Volveré a probarlo, dijo el oso. Viéndote hacerlo me parece que también yo he de poder. Pero el sastrecillo volvió a darle guijas, y el oso muerde que muerde con todas sus fuerzas. Pero no creas que se salió con la suya. Dejaron aquello, y el sastrecillo sacó un violín de debajo de su chaqueta y se puso a tocar una melodía. Al oír el oso la música, le entraron unas ganas irresistibles de bailar, y al cabo de un rato la cosa le resultaba tan divertida, que preguntó al sastrecillo: - Oye, ¿es difícil tocar el violín?. - ¡Bah!. Un niño puede hacerlo. Mira, pongo aquí los dedos de la mano izquierda, y con la derecha paso el arco por las cuerdas, y, fíjate qué alegre: ¡Tralalá!. ¡Liraliralerá!. - Pues no me gustaría poco saber tocar así el violín para poder bailar cuando tuviese ganas. ¿Qué dices a eso?. ¿Quieres enseñarme?. - De mil amores, dijo el sastrecillo; suponiendo que tengas aptitud. Pero trae esas zarpas. Son demasiado largas; tendré que recortarte las uñas. Trajeron un torno de carpintero, y el oso puso en él las zarpas; el sastrecillo las atornilló sólidamente y luego dijo: - Espera ahora a que vuelva con las tijeras, y, dejando al oso que gruñese cuanto le viniera en gana, tumbóse en un rincón sobre un haz de paja y se quedó dormido. Cuando, al anochecer, la princesa oyó los fuertes bramidos del oso, no se le ocurrió pensar otra cosa sino que había hecho picadillo del sastre, y que gritaba de alegría. A la mañana siguiente se levantó tranquila y contenta; pero al ir a echar una mirada al establo, se encontró con que el hombre estaba tan fresco y sano como el pez en el agua. Ya no pudo seguir negándose, porque había hecho su promesa públicamente, y el Rey mandó preparar una carroza en la que el sastrecillo fue conducido a la iglesia para la celebración de la boda. Mientras tanto, los otros dos sastres, hombres de corazón ruin, envidiosos al ver la suerte de su compañero, bajaron al establo y pusieron en libertad al oso, el cual, enfurecido, lanzóse en persecución del coche. Oyéndolo la princesa gruñir y bramar, tuvo miedo y exclamó: - ¡Ay, el oso nos persigue y quiere cogerte!. Pero el sastrecillo, con gran agilidad, sacó las piernas por la ventanilla, y gritó: - ¿Ves este torno?. ¡Si no te marchas, te amarraré a él!. El oso, al ver aquello, dio media vuelta y echó a correr. El sastrecillo entró tranquilamente en la iglesia, fue unido en matrimonio a la princesa, y, en adelante, vivió en su compañía alegre como una alondra. Y quien no lo crea pagará un ducado.
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