Érase una vez un rey que tenía una hija. Se hizo construir una montaña de cristal y dijo:
- El que sea capaz de correr por ella sin caerse, se casará con mi hija.
He aquí que se presentó un pretendiente y preguntó al Rey si podría obtener la mano de la princesa.
- Sí, respondióle el Rey; si eres capaz de subir corriendo a la montaña sin caerte, la princesa será tuya.
Dijo entonces la hija del Rey que subiría con él y lo sostendría si se caía. Emprendieron el ascenso, y, al llegar a media cuesta, la princesa resbaló y cayó y, abriéndose la montaña, precipitóse en sus entrañas, sin que el pretendiente pudiese ver dónde había ido a parar, pues el monte se había vuelto a cerrar enseguida. Lamentóse y lloró el mozo lo indecible, y también el Rey se puso muy triste, y dio orden de romper y excavar la montaña con la esperanza de rescatar a su hija; pero no hubo modo de encontrar el lugar por el que había caído.
Entretanto, la princesa, rodando por el abismo, había ido a dar en una cueva profundísima y enorme, donde salió a su encuentro un personaje muy viejo, de luenga barba blanca, y le dijo que le salvaría la vida si se avenía a servirle de criada y a hacer cuanto le mandase; de lo contrario, la mataría. Ella cumplió todas sus órdenes.
Al llegar la mañana, el individuo se sacó una escalera del bolsillo y, apoyándola contra la montaña, subióse por ella y salió al exterior, cuidando luego de volver a recoger la escalera. Ella hubo de cocinar su comida, hacer su cama y mil trabajos más; y así cada día; y cada vez que regresaba el hombre, traía consigo un montón de oro y plata. Al cabo de muchos años de seguir así las cosas y haber envejecido él en extremo, dio en llamarla «Dama Mansrot», y le mandó que ella lo llamase a él «Viejo Rinkrank».
Un día en que el viejo había salido como de costumbre, hizo ella la cama y fregó los platos. Luego cerró bien todas las puertas y ventanas, dejando abierta sólo una ventana de corredera por la que entraba la luz. Cuando volvió el viejo Rinkrank, llamó a la puerta, diciendo:
- ¡Dama Mansrot, ábreme!.
- No, respondió ella, no, viejo Rinkrank, no te abriré.
Dijo él entonces:
«Aquí está el pobre Rinkrank sobre sus diecisiete patas, sobre su pie dorado. Dama Mansrot, friega los platos».
- Ya he fregado los platos- respondió ella.
Y prosiguió él:
«Aquí está el pobre Rinkrank sobre sus diecisiete patas, sobre su pie dorado. Dama Mansrot, hazme la cama».