Él ha perdido la cabeza, y ha faltado poco para que yo pierda también la mía. -¡No ocupa mucho espacio el pajarito! -dijo el gallo. -¡Hable de él con más respeto! -replicó la portuguesa-. Tenía voz, sabía cantar y era muy ilustrado. Era cariñoso y tierno, y esto conviene tanto a los animales como a esos que llaman personas humanas. Todos los patos se congregaron en torno al pobre pajarillo muerto. Los patos tienen pasiones violentas; o los domina la envidia o son un dechado de piedad, y como en aquella ocasión no existía ningún motivo de envidia, se sintieron compasivos; y lo mismo les sucedió a las dos gallinas chinas. -¡Jamás tendremos un pájaro cantor como éste! ¡Era casi chino! -y se echaron a llorar de tal forma que no parecía sino que cloqueaban, y las demás gallinas cloquearon también, mientras a los patos se les enrojecían los ojos. -Lo que es corazón, tenemos -decían-; nadie puede negárnoslo. -¡Corazón! -replicó la portuguesa-; sí, en efecto, casi tanto como en Portugal. -Bueno, hay que pensar en meterse algo en el buche -observó el pato marido-, esto es lo que importa. Aunque se rompa un juguete, quedan muchos. (Autor: Hans Christian Andersen) |