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    Portada::Ménú General::Cuentos y Fabulas::Hans Christian Andersen

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       Juan el bobo. (3)
         
      

    Era para perder la cabeza. Y, por añadidura, habían encendido la estufa, que estaba candente.

    -¡Qué calor hace aquí dentro! -fueron las primeras palabras del pretendiente.

    -Es que hoy mi padre asa pollos -dijo la princesa.

    -¡Ah! -y se quedó clavado; aquella respuesta no la había previsto; no le salía ni una palabra, con tantas cosas ingeniosas que tenía preparadas.

    -¡No sirve! ¡Fuera! -ordenó la princesa. Y el mozo hubo de retirarse, para que pasase su hermano segundo.

    -¡Qué calor más terrible! -dijo éste.

    -¡Sí, asamos pollos! -explicó la hija del Rey.

    -¿Cómo di... di, cómo di... ? -tartamudeó él, y todos los escribanos anotaron: «¿Cómo di... di, cómo di... ?».

    -¡No sirve! ¡Fuera! -decretó la princesa.

    Le tocó entonces el turno al bobo, quien entró en la sala caballero en su macho cabrío.

    -¡Demonios, qué calor! -observó.

    -Es que estoy asando pollos -contestó la princesa.

    -¡Al pelo! -dijo el bobo-. Así, no le importará que ase también una corneja, ¿verdad?

    -Con mucho gusto, no faltaba más -respondió la hija del Rey-. Pero, ¿traes algo en que asarla?; pues no tengo ni puchero ni asador.

    -Yo sí los tengo -exclamó alegremente el otro-. He aquí un excelente puchero, con mango de estaño.

    Y, sacando el viejo zueco, metió en él la corneja.

    -Pues, ¡vaya banquete! -dijo la princesa-. Pero, ¿y la salsa?

    -La traigo en el bolsillo -replicó el bobo-. Tengo para eso y mucho más.

    Y se sacó del bolsillo un puñado de barro.

    -¡Esto me gusta! -exclamó la princesa-. Al menos tú eres capaz de responder y de hablar. ¡Tú serás mi marido! Pero, ¿sabes que cada palabra que digamos será escrita y mañana aparecerá en el periódico? Mira aquella ventana: tres escribanos y un corregidor. Este es el peor, pues no entiende nada.

    -Desde luego, esto sólo lo dijo para amedrentar al solicitante. Y todos los escribanos soltaron la carcajada e hicieron una mancha de tinta en el suelo.

    -¿Aquellas señorías de allí? -preguntó el bobo-.

      

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