Era éste un joven muy listo, que sabía muy bien su oficio, como ellos decían; leía en griego y en latín y conocía muchas cosas elevadas. -Cuanto menos se sabe, menos oprimido se siente uno -dijo madre Sören. -¡Llevan una vida bien dura! -le dijo Holberg un día que ella hacía colada y luego se puso a cortar un montón de leña. -Eso es cosa mía! -replicó la mujer. -¿Desde niña has ido siempre tan arrastrada? - Eso puedes leerlo en mis puños -dijo ella mostrándole dos manos pequeñas, pero recias y endurecidas, con las uñas raídas-. Eres instruido y puedes leerlo. Al acercarse Navidad empezó a nevar intensamente; el frío era vivo, y el viento, cortante, como si quisiera lavar la cara de la gente con aguafuerte. Madre Sören no se arredró por eso; se arrebujó la capa y se caló la capucha. Ya a primeras horas de la tarde estaba oscuro en la casa; la mujer echó leña y turba al hogar y se sentó a zurcir las medias: no tenía a nadie que lo hiciera. Al atardecer dirigió al estudiante unas palabras, contra su costumbre; le habló de su marido. -Sin querer, mató a un marino de Dragör. Por eso tiene que pasarse tres años encadenado a la barra, condenado a trabajos forzados. Como es un simple marinero, la Ley debe seguir su curso. -La Ley alcanza también a las personas de alta clase -dijo Holberg. -Eso crees tú -replicó madre Sören, fijando la mirada en el fuego. Luego prosiguió-: ¿Has oído hablar de Kai Lykke, que mandó derribar una de sus iglesias? Cuando el párroco Mads protestó desde el púlpito, él lo hizo encadenar, lo sometió a juicio, lo condenó él mismo a muerte y lo mandó decapitar. No era una falta por imprudencia, y, sin embargo, Kai Lykke salió libre de costas. -En aquella época estaba en su derecho -dijo Holberg- Pero aquellos tiempos han pasado. -Esto es lo que decís los bobos -replicó madre Sören, y, levantándose, fue a la habitación donde yacía su hijita, una niña de poca edad. La levantó y la acomodó, preparando luego el camastro del estudiante, al cual dio la manta de piel, pues era más friolero que ella, a pesar de haber nacido en Noruega. El día de Año Nuevo amaneció soleado y magnífico. La helada había sido muy intensa, la nieve acumulada formaba una capa dura, por la que se podía andar sin hundirse. Las campanas de la ciudad llamaban a la iglesia; el estudiante Holberg se envolvió en su abrigo de lana y se dispuso a ir a la población. Por sobre la casa del barquero volaban cuervos, grajos y cornejas con un griterío de todos los demonios, que ahogaba el son de las campanas.
|