El elefante, el toro, el asno y los demás animales. (1)
Los mansos y los fieros animales, a que se remediasen ciertos males desde los bosques llegan, y en la rasa campaña se congregan.
Desde la más pelada y alta roca un asno trompetero los convoca. El concurso ya junto, instruido también en el asunto (pues a todos por Júpiter previno con cédula ante diem el pollino), imponiendo silencio el elefante, así dijo: «Señores, es constante en todo el vasto mundo que yo soy en lo fuerte sin segundo: los árboles arranco con la mano, venzo al león, y es llano que un golpe de mi cuerpo en la muralla abre sin duda brecha. A la batalla llevo todo un castillo guarnecido; en la paz y en la guerra soy tenido por un bruto invencible, no sólo por mi fuerza irresistible, por mi gordo coleto y grave masa, que hace temblar la tierra donde pasa.
Mas, señores, con todo lo que cuento, sólo de vegetales me alimento, y como a nadie daño, soy querido, mucho más respetado que temido.
Aprended, pues, de mí, crueles fieras, las que hacéis profesión de carniceras, y no hagáis por comer atroces muertes, puesto que no seréis, ni menos fuertes, ni menos respetadas, sino muy estimadas de grandes y pequeños animales, viviendo, como yo, de vegetales.»
«Gran pensamiento, dicen, gran discurso»; y nadie se le opone del concurso. Habló después un toro de Jarama: escarba el polvo, cabecea, brama.
«Vengan, dice, los lobos y los osos, si son tan poderosos, y en el circo verán con qué donaire los haré que volteen por el aire.
¡Qué! ¿son menos gallardos y valientes mis cuernos que sus garras y sus dientes? Pues ¿por qué los villanos carniceros han de comer mis vacas y terneros? Y si no se contentan con las hojas y yerbas, que alimentan en los bosques y prados a los más generosos y esforzados, que muerdan de mis cuernos al instante, o si no, de la trompa al Elefante.»
La asamblea aprobó cuanto decía el toro con razón y valentía. seguíase a los dos en el asiento, por falta de buen orden, el jumento, y con rubor expuso sus razones.
«Los milanos, prorrumpe, y los halcones (no ofendo a los presentes, ni quisiera), sin esperar tampoco a que me muera, hallan para sus uñas y su pico estuche entre los lomos del borrico.
Ellos querrán ahora, como bobos, comer la yerba a los señores lobos. Nada menos: aprendan los malditos de las chochaperdices o chorlitos, que, sin hacer a los jumentos guerra, envainan sus picotes en la tierra; y viva todo el mundo santamente, sin picar ni morder en lo viviente.»
«Necedad, disparate, impertinencia», gritaba aquí y allí la concurrencia.