En eso entró el sacristán, el cual fue muy bien recibido por la muchacha del molino, que le dijo: - El patrón no está; entra y vamos a darnos un banquete. El destripaterrones no dormía aún, y al escuchar que se disponían a darse buena vida, enojado por haber tenido que contentarse él con pan y queso. La joven puso la mesa, y sirvió asado, ensalada, pasteles y vino. Cuando se disponían a sentarse a comer, llamaron a la puerta: - ¡Dios santo!, exclamó la chica. ¡El amo!. Y, a toda prisa, escondió el asado en el horno, el vino debajo de la almohada, la ensalada entre las sábanas y los pasteles debajo de la cama; en cuanto al sacristán, lo ocultó en el armario de la entrada. Acudiendo luego a abrir al molinero, le dijo: - ¡Gracias a Dios que vuelves a estar en casa!. ¡Vaya tiempo para ir por el mundo!. El molinero, al ver al labrador tendido en el forraje, preguntó: - ¿Qué hace ahí ése?. - ¡Ah!, dijo la muchacha, es un pobre infeliz a quien le tomó la lluvia y la tormenta, y me pidió cobijo. Le he dado pan y queso, y lo he dejado dormir en el pajar. Dijo el hombre: - Nada tengo que decir a eso; pero prepárame pronto algo de comer. La muchacha contestó. - Pues no tengo más que pan y queso. - Me contentaré con lo que sea, respondió el hombre; venga el pan y el queso -y, mirando al destripaterrones, lo llamó: - Ven, que comeremos juntos. El otro no se lo hizo repetir y comieron en buena compañía. Viendo el molinero en el suelo la piel que envolvía al cuervo, preguntó a su invitado: - ¿Qué llevas ahí?, a lo que replicó el labriego: - Ahí dentro llevo un adivino. - ¿También a mí podrías adivinarme cosas?, dijo el molinero. - ¿Por qué no?, repuso el labriego. Pero solamente dice cuatro cosas; la quinta se la reserva. - Es curioso, dijo el hombre. ¡Haz que adivine algo!. El labrador apretó la cabeza del cuervo, y el animal soltó un graznido: “¡Crr, crr!”. Preguntó el molinero: - ¿Qué ha dicho?. Respondió el labriego: - En primer lugar, ha dicho que hay vino debajo de la almohada. - ¡Eso sí que sería bueno!, exclamó el molinero, y, yendo a comprobarlo, volvió con el vino. Adelante, dijo. Nuevamente hizo el destripaterrones graznar al cuervo: - Dice ahora que hay asado en el horno. - ¡Eso sí que sería bueno!, repuso el otro, y, saliendo, se trajo el asado.
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