El forastero siguió haciendo hablar al pajarraco: - Esta vez dice que hay ensalada sobre la cama. - ¡Eso sí que sería bueno!, repitió el molinero, y, en efecto, pronto volvió con ella. Por última vez, apretó el destripaterrones la cabeza del cuervo e, interpretando su graznido, dijo: - Pues resulta que hay pasteles debajo de la cama. - ¡Eso sí que sería bueno!, exclamó el molinero y, entrando en el dormitorio, encontró, efectivamente, los pasteles. Se sentaron pues los dos a la mesa, mientras la jovencita del molino, asustadísima, fue a meterse en cama, guardándose todas las llaves. Al molinero le hubiera gustado saber la quinta cosa; pero el labrador le dijo: - Primero nos comeremos tranquilamente todo, pues la quinta no es tan buena. Comieron, entonces, discutiendo entretanto el precio que estaba dispuesto a pagar el molinero por la quinta predicción, y quedaron de acuerdo en trescientos ducados. Volvió entonces el destripaterrones a apretar la cabeza del cuervo, haciéndolo graznar ruidosamente. Preguntó el molinero: - ¿Qué ha dicho?. Y respondió el labriego: - Ha dicho que en el armario del vestíbulo está escondido el diablo. - ¡Pues el diablo tendrá que salir!, gritó el dueño, corriendo a abrir de par en par la puerta de la casa. Pidió luego la llave del armario a la muchacha, y ella no tuvo más remedio que dárselo; al abrir el mueble el destripaterrones, el sacristán echó a correr como alma que lleva el diablo, a lo cual dijo el molinero: - ¡He visto al negro con mis propios ojos; tienes razón!. A la mañana siguiente, el destripaterrones se marchaba de madrugada con trescientos ducados en el bolso. De regreso a su casa, el hombre se hizo el rumboso, y empezó a construirse una linda casita, por lo cual los aldeanos se decían entre sí: - De seguro que el destripaterrones habrá estado en el país donde nieva oro y la gente recoge el dinero a cestos. El alcalde lo cito para que diese cuenta de la procedencia de su riqueza, y él respondió: - Vendí la piel de mi vaca en la ciudad por trescientos ducados. Al oír esto los campesinos, deseosos de aprovecharse de tan espléndido negocio, se apuraron en matar todas sus vacas y despellejarlas, con propósito de venderlas en la ciudad e hincharse de ganar dinero. El alcalde exigió que su criada fuese antes que los demás; pero cuando se presentó al peletero de la ciudad, éste no le dio sino tres ducados por una piel, y a los que llegaron a continuación no les ofreció ni tan eso siquiera: - ¿Qué quieren que haga con tantas pieles?, les dijo.
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