- Nos costará la vida, replicó el cazador, sujetándolo del brazo. Pero el soldado se puso a toser con gran estrépito. Al oírlo los bandidos, soltando cuchillos y tenedores, levantáronse bruscamente de la mesa y descubrieron a los dos forasteros ocultos detrás del horno. - ¡Ajá, señores!, exclamaron. ¿Conque estáis aquí?, ¿eh?. ¿Qué habéis venido a buscar?. ¿Sois acaso espías?. Pues aguardad un momento y aprenderéis a volar del extremo de una rama seca. - ¡Mejores modales!, respondió el soldado. Yo tengo hambre; dadme de comer, y luego haced conmigo lo que queráis. Admiráronse los bandidos, y el cabecilla dijo: -Veo que no tienes miedo. Está bien. Te daremos de comer, pero luego morirás. - Luego hablaremos de eso, replicó el soldado; y, sentándose a la mesa, atacó vigorosamente el asado. - Hermano Botaslimpias, ven a comer, dijo al cazador. Tendrás hambre como yo, y en casa no encontrarás un asado tan sabroso que éste. Pero el cazador no quiso tomar nada. Los bandidos miraban con asombro al soldado, pensando: «Éste no se anda con cumplidos». Cuando hubo terminado, dijo: - La comida está muy buena; pero ahora hace falta un buen trago. El jefe de la pandilla, siguiéndole el humor, llamó a la vieja: - Trae una botella de la bodega, y del mejor. Descorchóla el soldado, haciendo saltar el tapón, y, dirigiéndose al cazador, le dijo: - Ahora, atención, hermano, que vas a ver maravillas. Voy a brindar por toda la compañía; y, levantando la botella por encima de las cabezas de los bandoleros, exclamó: -¡A vuestra salud, pero con la boca abierta y el brazo en alto!, y bebió un buen trago. Apenas había pronunciado aquellas palabras, todos se quedaron inmóviles, como petrificados, abierta la boca y levantando el brazo derecho. Dijo entonces el cazador: - Veo que sabes muchas tretas, pero ahora vámonos a casa. - No corras tanto, amiguito. Hemos derrotado al enemigo, y es cosa de recoger el botín. Míralos ahí, sentados y boquiabiertos de estupefacción; no podrán moverse hasta que yo se lo permita. Vamos, come y bebe. La vieja hubo de traer otra botella de vino añejo, y el soldado no se levantó de la mesa hasta que se hubo hartado para tres días. Al fin, cuando ya clareó el alba, dijo: - Levantemos ahora el campo; y, para ahorrarnos camino, la vieja nos indicará el más corto que conduce a la ciudad. Llegados a ella, el soldado visitó a sus antiguos camaradas y les dijo: - Allí, en el bosque he encontrado un nido de pájaros de horca; venid, que los cazaremos. Púsose a su cabeza y dijo al cazador: - Ven conmigo y verás cómo aletean cuando los cojamos por los pies.
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