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Dispuso que sus hombres rodearan a los bandidos, y luego, levantando la botella, bebió un sorbo y, agitándola encima de ellos, exclamó: - ¡A despertarse todos!. Inmediatamente recobraron la movilidad; pero fueron arrojados al suelo y sólidamente amarrados de pies y manos con cuerdas. A continuación, el soldado mandó que los cargasen en un carro, como si fuesen sacos, y dijo: - Llevadlos a la cárcel. El cazador, llamando aparte a uno de la tropa, le dijo unas palabras en secreto. - Hermano Botaslimpias, exclamó el soldado, hemos derrotado felizmente al enemigo y vamos con la tripa llena; ahora seguiremos tranquilamente, cerrando la retaguardia. Cuando se acercaban ya a la ciudad, el soldado vio que una multitud salía a su encuentro lanzando ruidosos gritos de júbilo y agitando ramas verdes; luego avanzó toda la guardia real, formada. - ¿Qué significa esto?, preguntó, admirado, al cazador. - ¿Ignoras, respondióle éste, que el Rey llevaba mucho tiempo ausente de su país?. Pues hoy regresa, y todo el mundo sale a recibirlo. - Pero, ¿dónde está el Rey?, preguntó el soldado. No lo veo. - Aquí está, dijo el cazador. Yo soy el Rey y he anunciado mi llegada. Y, abriendo su cazadora, el otro pudo ver debajo las reales vestiduras. Espantóse el soldado y, cayendo de rodillas, pidióle perdón por haberlo tratado como a un igual, sin conocerlo, llamándole con un apodo. Pero el Rey le estrechó la mano, diciéndole: - Eres un bravo soldado y me has salvado la vida. No pasarás más necesidad, yo cuidaré de ti. Y el día en que te apetezca un buen asado, tan sabroso como el de la cueva de los bandidos, sólo tienes que ir a la cocina de palacio. Pero si te entran ganas de pronunciar un brindis, antes habrás de pedirme autorización.
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