¡Qué conmoción había en todas las casas!. Todas las jóvenes del país estaban impacientes y llenas de esperanza, pero las más inquietas eran las dos hermanastras de Cenicienta. Se habían propuesto deslumbrar al príncipe costase lo que costase, y desde varias semanas antes de la fiesta ya se ajetreaban corriendo de aquí para allá con sus preparativos. Por fin llegó el primer día de fiesta y las dos hermanas empezaron a vestirse para el baile. Les tomó toda la tarde. Cuando terminaron, valía la pena verlas. De seda y satén eran sus vestidos. Los polisones les quedaron bien abombados, sus corpiños estaban cargados de filigranas; y mientras por sus sayas pululaban y revoloteaban los lazos y los volantes, era de ver cómo los faralaes les adornaban las mangas. Llevaban campanitas que tintineaban y anillos que resplandecían, ¡y rubíes, y perlas, y alita de pájaro! Se embadurnaron las pecas y se taparon las cicatrices con diminutas lunas y estrellas y corazones. Se empolvaron el pelo y se lo empingorotaron tan alto como pudieron con plumas y flechas enjoyadas. A última hora llamaron a Cenicienta para que les hiciera los bucles, les atara los lazos del corpiño y les limpiara los zapatos. Cuando la pobre muchachita se enteró de que iban a una fiesta en el palacio del rey, le resplandecieron los ojos y preguntó a su madrastra si no podría ir ella también. -¿,Tú?, chilló la mujer. ¿Toda llena de polvo y ceniza, y todavía quieres ir al baile?. ¡Pero si no sabes bailar, y además no tienes vestidos!. Pero Cenicienta rogó y rogó, y por fin la madrastra, para salir de ella, le dijo: -Bueno, mira lo que voy a hacer. Echaré una cazuela de lentejas en la ceniza, y si en dos horas puedes recoger las que estén buenas y ponerlas otra vez en la cazuela, te dejaré ir. Cenicienta sabía muy bien que no podría hacerlo nunca por sí sola, pero también sabía una cosa que nadie más sabía; y es que su arbolito era un avellano mágico, y la palomita un hada. Así que fue a colocarse debajo de las ramas y dijo suavemente: -¡Palomita y consuelo, mi hada querida, con las aves del cielo ven enseguida! A lo que contestó la paloma: ¡Cu-curru-cú! ¿Qué quieres tú?. Y Cenicienta le dijo: -¡Lléname la cazuela, vuela que vuela!. Y allá se fue volando la paloma y con ella todos los pájaros del cielo. Arriba y abajo, se movían las cabecitas mientras recogían las lentejas. ¡Pica, pica, pica, pica, pica!, hacían los pájaros, y en un instante estuvieron todos los granos buenos en la cazuela. Pronto echaron a volar y desaparecieron, mientras Cenicienta se apresuraba a llevar a su madrastra la cazuela llena de lentejas.
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