Así del pescante, feroz, jadeante, se explica el cochero de un coche viajero que alzando humareda y atroz polvareda veloz bamboleante, más brinca que rueda.
Y el látigo zumba; y todo retumba con tal alboroto, cual de un terremoto que al orbe derrumba, y toda la gente se agolpa imprudente a ver qué noticia al mundo desquicia, o qué personaje va en urgente viaje de cántaros de oro, que siguen ligeros tal vez bandoleros, galgos carniceros, en pos del tesoro.
Al fin paró el coche ya entrada la noche, y abriólo el gentío con gran reverencia; y (¡extraña ocurrencia!) lo hallaron... ¡vacío!
Tal es, en retrato, más de un mentecato de muchos que encuentro. ¡Qué afán! ¡Qué aparato! Y nada por dentro.