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era difícil; mas al fin tu tino
encontró un genio en mí versificante.
A Fedro y Lafontaine por modelos
me pusiste a la vista,
y hallaron tus desvelos
que pudiera ensayarme a fabulista.
Y pues viene al intento,
pasemos al ensayo: va de cuento.
El león, rey de los bosques poderoso,
quiso armar un ejército famoso.
Juntó sus animales al instante:
empezó por cargar al elefante
un castillo con útiles, y encima
rabiosos lobos, que pusiesen grima.
Al oso le encargó de los asaltos;
al mono con sus gestos y sus saltos
mandó que al enemigo entretuviese;
a la Zorra que diese
ingeniosos ardides al intento.
Uno gritó: «La liebre y el jumento.
Éste por tardo, aquélla por medrosa,
de estorbo servirán, no de otra cosa.»
«¿De estorbo? dijo el Rey; yo no lo creo.
En la liebre tendremos un correo,
y en el asno mis tropas un trompeta.»
Así quedó la armada bien completa.
Tu retrato es el león, Conde prudente,
y si a tu imitación, según deseo,
examinan los jefes a su gente,
a todos han de dar útil empleo.
¿Por qué no lo han de hacer? ¿Habrá cucaña
como no hallar ociosos en España?.
( Autor: Samaniego).
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