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Cruzando montes y trepando cerros,
aquí mato, allí robo,
andaba cierto lobo,
hasta que dio en las manos de los perros.
Mordido y arrastrado
fue de sus enemigos cruelmente;
quedó con vida milagrosamente,
mas inválido, al fin, y derrotado.
Iba el tiempo curando su dolencia;
el hambre al mismo tiempo le afligía;
pero como cazar aún no podía,
con las yerbas hacía penitencia.
Una oveja pasaba, y él la dice:
«Amiga, ven acá, llega al momento;
enfermo estoy y muero de sediento:
socorre con el agua a este infelice.»
«¿Agua quieres que yo vaya a llevarte?
le responde la oveja recelosa;
dime pues una cosa:
¿Sin duda que será para enjuagarte,
limpiar bien el garguero,
abrir el apetito,
Y tragarme después como a un pollito?
anda, que te conozco, marrullero.»
Así dijo, y se fue; si no, la mata.
¡Cuánto importa saber con quién se trata!
( Autor: Samaniego).
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