|
En la rama de un árbol,
bien ufano y contento,
con un queso en el pico,
estaba el señor cuervo.
Del olor atraído
un zorro muy maestro,
le dijo estas palabras,
a poco más o menos:
«Tenga usted buenos días,
señor cuervo, mi dueño;
vaya que estáis donoso,
mono, lindo en extremo;
yo no gasto lisonjas,
y digo lo que siento;
que si a tu bella traza
corresponde el gorjeo,
juro a la diosa Ceres,
siendo testigo el cielo,
que tú serás el fénix
de sus vastos imperios.»
Al oír un discurso
tan dulce y halagüeño,
de vanidad llevado,
quiso cantar el cuervo.
Abrió su negro pico,
dejó caer el queso;
el muy astuto zorro,
después de haberle preso,
le dijo: «Señor bobo,
pues sin otro alimento,
quedáis con alabanzas
tan hinchado y repleto,
digerid las lisonjas
mientras yo como el queso.»
Quien oye aduladores,
nunca espere otro premio.
( Autor: Samaniego).
|
|