«Vaya una quisicosa. si aciertas, Juana hermosa, cuál es el animal más presumido, que rabia por hacerse distinguido entre sus semejantes, te he de regalar un par de guantes.
No es el pavón, ni el gallo, ni el león, ni el caballo; y así, no me fatigues coa demandas.» «¿Será tal vez... el mono?» «Cerca le andas.» «¿El mico?» «Que te quemas; pero no acertarás: no, no lo temas.
Déjalo, no te canses el caletre. Yo te diré cuál es: el Petimetre.» Este vano orgulloso pierde tiempo, doblones y reposo en hacer distinguida su figura. No para en los adornos su locura; hace estudio de gestos y de acciones a costa de violentas contorsiones.
De perfumes va siempre prevenido; no quiere oler a hombre ni en descuido. Que mire, marche o hable, en todo busca hacerse remarcable. ¿Y qué consigue? Lo que todo necio: cuanto más se distingue, más desprecio.
En la historia siguiente yo me fundo. Un chivo, como muchos en el mundo, vano extremadamente, se miraba al espejo de una fuente. «¡Qué lástima, decía, que esté mi juventud y lozanía por siempre disfrazada debajo de esta barba tan poblada! ¿Y cuándo? Cuando en todas las naciones no tienen ni aun bigotes los varones; pues ya cuentan que son los moscovitas, si barbones ayer, hoy señoritas.
!Qué cabrunos estilos tan groseros! A bien que estoy en tierra de barberos.» La historia fue en Tetuán, y todo el día la barberil guitarra se sentía, el chivo fue, guiado de su tono, a la tienda de un mono, barberillo afamado, que afeitó al señorito de contado.
Sale barbilampiño a la campaña. al ver una figura tan extraña, no hubo perro ni gato que no le hiciese burla al mentecato. Los chivos le desprecian de manera, que no hay más que decir. ¡Quién lo creyera! Un respetable macho dicen que rió como un muchacho.