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    Portada::Ménú General::Cuentos y Fabulas::Fabulas Samaniego

       El naufragio de Simónides.
         
      

    A Elisa

    En tanto que tus vanas compañeras,
    cercadas de galanes seductores,
    escuchan placenteras
    en la escuela de Venus los amores,
    Elisa, retirada te contemplo
    de la diosa Minerva al sacro templo.

    Ni eres menos donosa,
    ni menos agraciada
    que Clori, ponderada
    de gentil y de hermosa:
    pues, Elisa divina, ¿por qué quieres
    huir en tu retiro los placeres?
    ¡Oh sabia, qué bien haces
    en estimar en poco la hermosura,
    los placeres fugaces,
    el bien que sólo dura
    como rosa que el ábrego marchita!

    Tu prudencia infinita
    busca el sólido bien y permanente
    en la virtud y ciencia solamente.
    Cuando el tiempo implacable con presteza 
    o los males tal vez inopinados,
    se lleven la hermosura y gentileza,
    con lágrimas estériles llorados
    serán aquellos días que se fueron 
    y a juegos vanos tus amigas dieron;
    pero a tu bien estable
    no hay tiempo ni accidente que consuma:
    siempre serás feliz, siempre estimable.

    Eres sabia, y en suma
    este bien de la ciencia no perece.
    oye cómo esta fábula lo explica,
    que mi respeto a tu virtud dedica.
    Simónides en Asia se enriquece,
    cantando a justo precio los loores
    de algunos generosos vencedores.

    Este sabio poeta, con deseo
    de volver a su amada patria Ceo,
    se embarca, y en la mar embravecida
    fue la mísera nave sumergida.
    De la gente a las ondas arrojada,
    sale quien diestro nada,
    y el que nadar no sabe
    fluctúa en las reliquias de la nave.

    Pocos llegan a tierra, afortunados,
    con las náufragas tablas abrazados.
    Todos cuantos el oro recogieron,
    con el peso abrumados, perecieron.
    A Clecémone van. Allí vivía
    un varón literato, que leía
    las obras de Simónides, de suerte
    que al conversar los náufragos, advierte
    que Simónides habla, y en su estilo
    le conoce; le presta todo asilo
    de vestidos, criados y dineros;
    pero a sus compañeros
    les quedó solamente por sufragio
    mendigar con la tabla del naufragio.

    (Autor: Samaniego)



      



    Fabulas Samaniego

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