Poco antes que esparciese sus cabellos en hebras el rubicundo Apolo por la faz de la tierra, de cazador armado, al soto Fabio llega.
Por el nudoso tronco de cierta encina vieja sube para ocultarse en las ramas espesas. Los incautos conejos alegres se le acercan. Uno del verde prado igualaba la hierba; otro, cual jardinero, las florecillas siega; el tomillo y romero éste y aquél cercenan; entre tanto al más gordo Fabio su tiro asesta; dispara, y al estruendo se meten en sus cuevas tan repentinamente, que a muchos pareciera que, salvo el muerto, a todos se los tragó la tierra.
Después de tanto espanto, ¿Habrá alguno que crea que de allí a poco rato la tímida caterva, olvidando el peligro, al riesgo se presenta? Cosa extraña parece mas no se admiren de ella. ¿Acaso los humanos hacen de otra manera?