|
A un rabadán encuentra, y le pregunta alegre: «Dime, ¿es de Melibeo ese ganado?» «Miente, que es mío; y sobre todo, sea de quien se fuere.» No respondió el buen hombre muy poéticamente. El joven, temeroso de que tal vez le diese con el fiero garrote que por cayado tiene, sin chistar más palabra, huyó bonitamente.
Marchaba pensativo, cuando quiso la suerte que cogiendo bellotas a la pastora viese. «¡Oh Nise fementida! Exclama; ¡cuántas véces, siendo niña, querías que yo te recogiese la fruta con rocío de mis manzanos verdes!» Diciendo así, se acerca, la moza se revuelve, y dándole un bufido, en las breñas se mete. Sorprendido el mancebo, dice: «¿Qué me sucede? ¿Son éstos los pastores discretos, inocentes, que pintan los poetas tan delicadamente? A nuevos desengaños ya no quiero exponerme.» Rendido, caviloso, a la ciudad se vuelve.
|
|