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    Portada::Ménú General::Cuentos y Fabulas::Hans Christian Andersen

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       El cuello de la camisa. (1)
         
      

    Érase una vez un caballero muy elegante, que por todo equipaje poseía un calzador y un peine; pero tenía un cuello de camisa que era el más notable del mundo entero; y la historia de este cuello es la que vamos a relatar. El cuello tenía ya la edad suficiente para pensar en casarse, y he aquí que en el cesto de la ropa coincidió con una liga.

    Dijo el cuello:

    -Jamás vi a nadie tan esbelto, distinguido y lindo. ¿Me permite que le pregunte su nombre?

    -¡No se lo diré! -respondió la liga.

    -¿Dónde vive, pues? -insistió el cuello.

    Pero la liga era muy tímida, y pensó que la pregunta era algo extraña y que no debía contestarla.

    -¿Es usted un cinturón, verdad? -dijo el cuello-, ¿una especie de cinturón interior?. Bien veo, mi simpática señorita, que es una prenda tanto de utilidad como de adorno.

    -¡Haga el favor de no dirigirme la palabra! -dijo la liga-. No creo que le haya dado pie para hacerlo.

    -Sí, me lo ha dado. Cuando se es tan bonita -replicó el cuello no hace falta más motivo.

    -¡No se acerque tanto! -exclamó la liga-. ¡Parece usted tan varonil!

    -Soy también un caballero fino -dijo el cuello-, tengo un calzador y un peine.

    Lo cual no era verdad, pues quien los tenía era su dueño; pero le gustaba vanagloriarse.

    -¡No se acerque tanto! -repitió la liga-. No estoy acostumbrada.

    -¡Qué remilgada! -dijo el cuello con tono burlón; pero en éstas los sacaron del cesto, los almidonaron y, después de haberlos colgado al sol sobre el respaldo de una silla, fueron colocados en la tabla de planchar; y llegó la plancha caliente.

    -¡Mi querida señora -exclamaba el cuello-, mi querida señora! ¡Qué calor siento! ¡Si no soy yo mismo! ¡Si cambio totalmente de forma! ¡Me va a quemar; va a hacerme un agujero! ¡Huy! ¿Quiere casarse conmigo?

    -¡Harapo! -replicó la plancha, corriendo orgullosamente por encima del cuello; se imaginaba ser una caldera de vapor, una locomotora que arrastraba los vagones de un tren.

    -¡Harapo! -repitió.

    El cuello quedó un poco deshilachado de los bordes; por eso acudió la tijera a cortar los hilos.

    -¡Oh! -exclamó el cuello-, usted debe de ser primera bailarina, ¿verdad?. ¡Cómo sabe estirar las piernas! Es lo más encantador que he visto. Nadie sería capaz de imitarla.

      

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    Hans Christian Andersen

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