Y estrechó entre sus brazos a su madre, y ella lo besó en la boca, llorando tan feliz, como sólo de gozo se puede llorar. Dirigió un saludo a cada uno de los viejos muebles: a la cómoda con las tazas de té y el florero; al lecho donde durmiera de pequeño. Sacó el viejo tambor de alarma y lo puso en el centro de la habitación: -Padre habría tocado ahora un redoble -dijo a su madre-. Lo haré yo por él. Y se puso a aporrearlo con todas sus fuerzas, armando un estrépito de mil demonios; y el instrumento se sintió tan honrado, que reventó de orgullo. -¡Tiene buen puño! -dijo el tambor-. Ahora guardaré de él un recuerdo para toda la vida. Me temo que la vieja estalle también de alegría, con su tesoro. Y ahí tienen la historia del tesoro dorado. (Autor: Hans Christian Andersen) |