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    Portada::Ménú General::Cuentos y Fabulas::Hans Christian Andersen

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       En el corral. (4)
         
      

    -¡Pip! -gritó éste-. ¡No me pise de este modo, buena señora!

    -¿Por qué se pone en medio del camino? -replicó la otra-. ¡No hay que ser tan melindroso! También yo tengo nervios, y, sin embargo, nunca he dicho ¡pip!

    -¡No se enoje! –se excusó la avecilla-. Se me escapó el ¡pip! de la boca.

    La portuguesa, sin hacerle caso se precipitó sobre las mondaduras y se zampó su buena parte. Cuando ya hubo comido y vuelto a echarse, el pajarillo, queriendo mostrarse cariñoso, se le acercó y le cantó una cancioncita:

    ¡Tilelelit!
    ¡Quivit, quivit!
    De todo corazón te voy a cantar
    Cuando por esos mundos vuelva a volar.
    ¡Quivit, quivit! ¡Tilelelit!

    -Después de comer suelo echar una siestecita -dijo la pata-. Conviene que se acostumbre usted a nuestro modo de vivir. ¡Ahora duermo!

    El pajarillo quedó la mar de confuso, pues había obrado con buena intención. Cuando la señora se despertó, le ofreció un granito de trigo que había encontrado. Pero la dama había dormido mal, y, por consiguiente, estaba de mal humor.

    -¡Esto ofrézcaselo a un polluelo! -gruñó-. No se quede ahí parado y no me fastidie.

    -Está enojada conmigo -se lamentó el pájaro-. ¡Debo haber hecho algún disparate!

    -¿Disparate? -refunfuñó la portuguesa-. Es una palabra de muy mal gusto, y le advierto que no tolero las groserías.

    -Ayer lucía el sol para mí -dijo el pajarillo-, pero hoy hace un día oscuro y gris. ¡Qué triste estoy!

    -Usted no sabe nada del tiempo -replicó el pato-. El día aún no ha terminado; y no ponga esa cara de tonto.

    -¡Me mira usted con unos ojos tan airados como los que me acechaban cuando caí al corral!

    - Sinvergüenza -gritó la portuguesa-. Compararme con el gato, ese animal de rapiña! Ni una gota de su mala sangre corre por mis venas. Me hice cargo de usted y pretendo enseñarle buenos modales.

    Y le dio un picotazo en la cabeza, con tal furia, que lo mató.

    -¿Cómo? -dijo-. ¿Ni un picotazo pudo soportar? Ahora veo que nunca se hubiera adaptado a nuestro modo de vivir. Me porté con él como una madre, eso sí, pues corazón no me falta.

    El gallo vecino, metiendo la cabeza en el corral, cantó con su estrépito de locomotora.

    -¡Usted será causa de mi muerte, con su eterno griterío! -dijo la pata-. De todo lo ocurrido tiene la culpa usted.

      

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    Hans Christian Andersen

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