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    Portada::Ménú General::Cuentos y Fabulas::Hans Christian Andersen

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       La gran serpiente de mar. (4)
         
      

    Entonces eso fue lo que me cosquilleo en el lomo cuando me volví. Lo tomé por el mástil de un barco que hubiera podido usar como estaca.

    Pero eso no pasó aquí; fue mucho más lejos. Voy a enterarme. Así como así, no tengo otra cosa que hacer.

    Y se puso a nadar, y el pececito lo siguió, aunque a cierta distancia, pues por donde pasaba el ballenato se producía una corriente impetuosa.

    Se encontraron con un tiburón y un viejo pez-sierra; uno y otro tenían noticias de la extraña anguila de mar, tan larga y delgaducha; como verla, no la habían visto, y a eso iban.

    Se acercó entonces un gato marino.

    -Voy con ustedes -dijo; y se unió a la partida.

    -Como esa gran serpiente marina no sea más gruesa que una soga de ancla, la partiré de un mordisco-. Y, abriendo la boca, exhibió seis hileras de dientes-. Si dejo señales en un ancla de barco, bien puedo partir la cuerda.

    -¡Ahí está! -exclamó el ballenato-. Ya la veo.

    Creía tener mejor vista que los demás.

    -Miren cómo se levanta, miren cómo se dobla y retuerce!

    Pero no era sino una enorme anguila de mar, de varias varas de longitud, que se acercaba.

    -Ésa la vimos ya antes -dijo el pez-sierra-. Nunca ha provocado alboroto en el mar, ni asustado a un pez gordo.

    Y, dirigiéndose a ella, le hablaron de la nueva anguila, preguntándole si quería participar en la expedición de descubrimiento.

    -Si la anguila es más larga que yo, habrá una desgracia -dijo la recién llegada.

    -La habrá -contestaron los otros-. Somos bastantes para no tolerarlo.

    Y prosiguieron la ruta.

    Al poco rato se interpuso en su camino algo enorme, un verdadero monstruo, mayor que todos ellos juntos. Parecía una isla flotante que no pudiera mantenerse a flor de agua. Era una ballena matusalénica; tenía la cabeza invadida de plantas marinas, y el lomo tan cubierto de animales reptadores, ostras y moluscos, que toda su negra piel parecía moteada de blanco.

    -Vente con nosotros, vieja -le dijeron-. Ha aparecido un nuevo pez que no podemos tolerar.

    -Prefiero seguir echada -contestó la vieja ballena-. Déjenme en paz, déjenme descansar. ¡Uf!, tengo una enfermedad grave; sólo me alivio cuando subo a la superficie y saco la espalda del agua.

      

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    Hans Christian Andersen

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