-¿Qué será, qué no será? Ahí estaba el problema. En esto llegó una vaca marina, a la que los hombres llaman sirena. Era hembra, tenía cola y dos cortos brazos para chapotear, y un pecho colgante; en la cabeza llevaba algas y parásitos, de lo cual estaba muy orgullosa. -Si desean adquirir ciencia y conocimientos -dijo-, yo soy la única que les puede dar; pero a cambio reclamo pastos exentos de peligro en el fondo marino para mí y los míos. Soy un pez como ustedes, y, además, terrestre, a fuerza de ejercicio. En el mar soy el más inteligente; conozco todo lo que se mueve acá abajo y todo lo que hay allá arriba. Este objeto que os lleva de cabeza procede de arriba, y todo lo que de allí cae, está muerto, o se muere y queda impotente. Dejénlo como lo que es, una invención humana y nada más. -Pues yo creo que es algo más -dijo el pececito. -¡Cállate la boca, caballa! -gritó la gorda vaca marina. -¡Perca! -la increparon los demás, lo cual era aún más insultante. Y la vaca marina les explicó que aquel animal que tanto les había alarmado y que, por lo demás, no había dicho esta boca es mía, no era otra cosa sino una invención de la tierra seca. Y pronunció una breve conferencia sobre la astucia de los humanos. -Quieren cogernos -dijo-; sólo viven para esto. Tienden redes, y vienen con cebo en el anzuelo para atraernos. Éste de ahí es una especie de larga cuerda, y creyeron que la morderíamos, los tontos. Pero a nosotros no nos la pegan. Nada de tocarla, ya verán cómo ella sola se pudre y se deshace. Todo lo que viene de arriba no vale para nada. -¡No vale para nada! -asintieron todos, y para tener una opinión adoptaron la de la vaca marina. Mas el pececillo se quedó con su primera idea. -Esta serpiente tan delgada y tan larga es quizás el más maravilloso de todos los peces del mar. Lo presiento. -El más maravilloso -decimos también los hombres; y lo decimos con conocimiento de causa. Es la gran serpiente marina, que desde hace tiempo anda en canciones y leyendas. Fue gestada como hija de la humana inteligencia, y bajada al fondo del mar desde las tierras orientales a las occidentales, para llevar las noticias y mensajes con la misma rapidez con que los rayos del sol llegan a nuestro Planeta. Crece en poder y extensión, año tras año, a través de todos los mares, alrededor de toda la Tierra, por debajo de las aguas tempestuosas y de las límpidas y claras, cuyo fondo ve el navegante, como si surcara el aire transparente, descubriendo el inmenso tropel de peces que constituyen un milagroso castillo de fuegos artificiales.
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