-No tiene escamas -dijo- ni piel. Me parece que no dará crías vivas. La anguila se tendió junto al cable, estirándose cuanto pudo. -¡Pues es más largo que yo! -dijo-. Pero no se trata sólo de la longitud. Hay que tener piel, cuerpo y agilidad. El ballenato, joven y fuerte, descendió a mayor profundidad de la que jamás alcanzara. -¿Eres pez o planta? -preguntó-. ¿O serás solamente una de esas obras de allá arriba, que no pueden medrar entre nosotros? Mas el cable no respondió; no lo hace nunca en aquel punto. Los pensamientos pasaban de largo; en un segundo recorrían centenares de millas, de uno a otro país. -¿Quieres contestar, o prefieres que te partamos a mordiscos? -preguntó el fiero tiburón, al que hicieron coro los demás peces. El cable siguió inmóvil, entregado a sus propios pensamientos, cosa natural, puesto que está lleno de ideas. -Si me muerden, ¿a mi qué? Me volverán arriba y me repararán. Ya le ocurrió a otros miembros de mi familia, en mares más pequeños. Por eso continuó sin contestar; otros cuidados tenía. Estaba telegrafiando, cumpliendo su misión en el fondo del mar. Arriba, se ponía el sol, como dicen los hombres. Se volvió el astro como de vivísimo fuego, y todas las nubes del cielo adquirieron un color rojo, a cual más hermoso. -Ahora llega la luz roja -dijeron los pólipos-. Así veremos mejor la cosa, si es que vale la pena. -¡A ella, a ella! -gritó el gato marino, mostrando los dientes. -¡A ella, a ella! -repitieron el pez-espada, el ballenato y la anguila. Y se lanzaron al ataque, con el gato marino a la cabeza; pero al disponerse a morder el cable, el pez-sierra, de puro entusiasmo, clavó la sierra en el trasero del gato. Fue una gran equivocación, pues el otro no tuvo ya fuerzas para hincar los dientes. Aquello produjo un gran revuelo en la región del fango: peces grandes y chicos, cohombros de mar y caracoles se arrojaron unos contra otros, devorándose mutuamente, aplastándose y despedazándose, mientras el cable permanecía tranquilo, realizando su servicio, que es lo que ha de hacer. Arriba reinaba la noche oscura, pero brillaban las miríadas de animalículos fosforescentes que pueblan el mar. Entre ellos brillaba un cangrejo no mayor que una cabeza de alfiler. Parece mentira, pero así es. Todos los peces y animales marinos miraban el cable.
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