La cigüeña padre parpadeó. -Es una vieja historia que oí en tiempos de mi bisabuela. Es verdad que hubo en Egipto una princesa oriunda de las tierras danesas, pero hace ya muchos siglos que desapareció, en la noche de su boda, y jamás se supo de ella. Tú misma puedes leerlo en este monumento del jardín. En él hay esculpidos cisnes y cigüeñas, y en la cúspide estás tú misma, tallada en mármol blanco. Y así era. Helga lo vio, y, comprendiendo, cayó de rodillas. Salió el sol, y como en otra ocasión se desprendiera bajo sus rayos la envoltura de rana dejando al descubierto a la bella figura, así ahora se elevó al Padre, por la acción del bautismo de luz, una figura bellísima, más clara y más pura que el aire: un rayo luminoso. El cuerpo se convirtió en polvo, y donde había estado apareció una marchita flor de loto. -Es un nuevo epílogo de la historia -dijo la cigüeña padre-. Jamás lo habría esperado. Pero me gusta. -¿Qué dirán de él los pequeños? -preguntó la madre. -Sí, claro, esto es lo principal -respondió el padre. (Autor: Hans Christian Andersen) |